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HUMBERTO GUZMÁN
La novela de terror sobrenatural que me interesa es la que no se somete a los arquetipos (la bruja, el malo, el bueno, el diablo, etc.) ni, en general, a la fórmula del género. O en su caso, la que sabe sobrellevar estas condiciones con talento narrativo, representativo (el desarrollo de la aventura), simbólico, de lenguaje, de caracteres y subjetividad, entre otros.
En México tenemos un excelente ejemplo, aunque no se puede decir que sea de terror exactamente, pero sí ⎯lo han dicho otros⎯ de fantasmas. Me refiero a Pedro Páramo, de Juan Rulfo.
La primera vez que escuché que era una novela de fantasmas no lo creí, y hasta me molestó. Pero si se la ve bien, todos están muertos, menos Juan Preciado (al principio) y algún otro personaje secundario, y los vemos, en la lectura, protagonizar la historia, que no es tampoco tan historia. Porque todo es rumores (murmullos, decía Rulfo), voces de rincones, de oscuridades, de silencios y soledades, evocaciones, recuerdos, en un discurso de muertos (fantásticamente) convincente.
Pedro Páramo se puede inscribir en la literatura fantástica, pero no en lo que han llamado realismo mágico. El realismo mágico es ingenuo, superficial inclusive, y Pedro Páramo no es ingenuo ni superficial de ninguna manera. Sus elementos fantásticos se sostienen con elementos realistas, incluida el habla de los personajes, que es el español del bajío, de Jalisco en particular, pero comprensible y disfrutable en México entero y fuera de él también. Su localismo solo es aparente porque tiene alcances universales en los caracteres, en las atmósferas profundas que logra, en las reacciones, sufrimientos y goces de los protagonistas.
Juan Rulfo no escribió realismo mágico y mucho menos se insertó en él, como dice la publicación del Archivo General de la Nación, del 7 enero del 2023: «Un día como hoy pero de 1986, falleció Juan Rulfo, autor de Pedro Páramo y El llano en llamas, dos obras que meten a México de lleno en el realismo mágico latinoamericano».
Empecemos por señalar que El llano en llamas se publicó en 1953, y la gran novela Pedro Páramo, en 1955. Y la novela representativa de aquella corriente, si lo es, Cien años de soledad (que me recuerda la canción «un siglo de ausencia me separa de ti...»), se publicó en 1967. La fama y éxito comercial de la segunda trajo a colación a Pedro Páramo. Pero este no necesita en absoluto de Cien años de soledad. Se cuenta que a García Márquez, su paisano y amigo El Naviero, le regaló un ejemplar de Pedro Páramo, «para que aprendiera», le hizo la broma. Entonces, la novela de García Márquez, si fuera el caso, sería deudora de la de Rulfo.
No se trata de restarle méritos a Cien años de soledad, sino de que no se los resten a Pedro Páramo comparando ambas novelas.
Los dos libros de Rulfo no tienen el mismo sentido, en absoluto, de lo extraordinario. No es lo mismo «fantasioso» que «fantástico» en términos de literatura. Si a esas vamos, la literatura de terror sería realismo mágico, y no lo es, para nada.
La profundidad de Rulfo en estos libros es escalofriante.
Nada superficial, ni festivo, más bien reflexivo, interiorista; no en tecnicolor sino con sepias, grises, negros y blancos; con imágenes y hechos contundentes, misteriosos, su filosofía es la de la existencia, la de la mexicanidad y de la humanidad entera.
Pedro Páramo está entre el sueño y la realidad, entre el sueño y la muerte, entre la vida y la locura y la soledad de la existencia. La ingenuidad del realismo mágico no aparece en el realismo de Juan Rulfo porque este no es ingenuo, por más que digan que es «precursora del realismo mágico». No tiene nada qué ver con la alegría del paisaje de Cien años de soledad. Solo por la fama y éxito de la primera, Pedro Páramo sale perdiendo.
Pedro Páramo es una novela que se ubica en el terreno de lo sobrenatural, lo mítico, lo espiritual, del alma de una gran nación, que es México ⎯resultado de la gran Nueva España⎯. Con todas sus contradicciones, grandezas y realidades históricas. No sé si Juan Rulfo se dio cuenta de lo que hizo. Pero él lo hizo. Es inseparable de México (Nueva España) y de su profunda historia, que va mucho más allá de los mexicanos actuales, inclusive. Fuera de esto último, Pedro Páramo no se entendería, se quedaría en una historia baladí de una extraña nación, de una atractiva y misteriosa leyenda. No, es mil veces más.
A pesar de que en la parte final de la novela, cuando aparecen los revolucionarios y los cristeros y Pedro Páramo les da dinero para que no lo ataquen a él ni a sus propiedades, parece que sale un poco de contexto aunque se justifica en la historia, pero en ese momento me distrae de los fantasmas, los muertos, el más allá y el abandono, el hambre y la soledad infinitos, el absurdo de la existencia, que me habían maravillado hasta entonces.
En suma, es una novela difícil de encasillar. Lo que no me gusta es cuando un lector facilón dice que es un problema agrario, la miseria de los campesinos pobres, el abuso de una clase social sobre otra, etc. Porque la literatura, esta novela en particular, toma la realidad para crear una ficción que es muchísimo mayor a la realidad misma. Entonces, lo que importa aquí es el arte de la ficción lograda por Juan Rulfo, no las injusticias sociales, la crueldad, la probable falta de «moral», lo que quieran, que solo sirven para dar verosimilitud al texto.
La novela Cien años de soledad parece una galería de múltiples personajes diversos, a cual más exóticos, que conforman la comunidad de Macondo, pueblo legendario ya.
En su libro Los nuestros, el chileno Luis Harss estudia a Juan Rulfo y a su impactante Pedro Páramo, y menciona algunos pasajes de la novela en los que no para de llover durante tres o cinco días seguidos. Luego, doce años después, la lluvia aparece también en Cien años de soledad en parecidas circunstancias, según el recuerdo de mis lecturas.
Por cierto, fue cuando estuve en Caracas, en 2002 o 2003, cuando escuché, en un restaurante, la famosa canción de tríos que se titula y dice «Un siglo de ausencia», que comparé, inevitablemente, con Cien años de soledad. Me refiero a las frases, no más.
Ahora recuerdo que Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro, a la que algunos señalan como novela de realismo mágico solo porque tiene alguno de los elementos propios de esta tendencia (y solo por un momento), la publicaron en 1965. Esta novela tampoco necesita del realismo mágico para ser buena, lo es por sí misma.
Hay otros escritores de corte fantástico (de miedo inclusive), no de realismo mágico ni de ciencia ficción, en México, mucho más interesantes que esta corriente, pero es otro tema.
En fin, y sin menoscabo de García Márquez, prefiero a los personajes de Juan Rulfo. Me gustan, me interesan más.
Durante un año vi, semanalmente, a Juan Rulfo en el Centro Mexicano de Escritores, A.C., y nunca me atreví a preguntarle nada sobre su novela. Por aquel entonces se acostumbraba dedicar un número del boletín del Centro Mexicano de Escritores, A.C., con foto de portada, a cada uno de los becarios del momento. Cuando me tocó a mí, me hicieron una foto sentado, de tres cuartos, viendo a la cámara.
Esa tarde llegué temprano y coincidí con el maestro Rulfo. Me sorprendió un poco que me mostrara el boletín con mi foto con una expresión de aprobación en la cara. Me miraba fijamente, con una mirada un tanto de azoro. Dijo algunas palabras que ya no recuerdo pero entendí que la aprobaba. Y él era un excelente fotógrafo. Nadie más estaba cerca de nosotros.
Yo estaba conmovido porque entendí que lo que le llamó la atención fue mi mirada. Una mirada que me avergonzaba un poco porque era de una profunda tristeza. Es algo que no he podido evitar.
Después, conforme leía acerca de Juan Rulfo, me enteré que su familia había sido despojada de todos sus bienes en la revolución y, no sé si entonces o durante la guerra cristera, asesinaron a su abuelo y a su padre, cuando él era un niño; su madre murió poco después. Juan vivió con su abuela y luego en un orfanato, que como todos esos lugares era una cárcel para menores, un reformatorio, un infierno.
Con toda esa desgracia tan grande que debió de haber sufrido, no podía sino escribir los libros que escribió.
Rulfo, para nuestra fortuna, sobrevivió a esa hecatombe y pudo escribir sus dos libros que, sobre todo Pedro Páramo, son de una tristeza, soledad y abandono de todo, de dios y de todos.