Nunca fuimos el mismo
La presente obra es y no es un relato: es una confesión, una mirada al interior de una mente enmarañada en sus propios pensamientos, temeroso de salir al mundo y encontrar su lugar en él. Con repeticiones incisivas, casi obsesivas, Eliab Vara Miranda escribe sobre un yo imaginario (que no irreal) que cobró vida en una etapa temprana de la infancia, y que usó como una máscara hasta la adultez. Pero es aquí cuando viene el desmarque: cansado de la usurpación, el hombre trata de deshacerse del artilugio que él mismo creó. Y como es bien sabido: no es fácil desprenderse de una piel vieja. Es por eso que tuvo que escribirle este texto, como él mismo lo señala en su introducción.
Resulta curioso que Eliab haya decidido comenzar su camino literario ofreciéndonos un texto tan íntimo y personal como este, y no una recreación ficcional de sí mismo o de situaciones cotidianas de su día a día. Sin embargo, el resultado es, por decir lo menos, afortunado, tanto para él como para nosotros, sus lectores, ya que concluyó con éxito la aventura que emprendió. Porque ¿cuántas veces hemos visto a un prospecto de escritor que tiene muchas ideas, y hasta el ímpetu creativo, pero por una u otra razón posterga indefinidamente o termina abandonando el proyecto de su primera obra?
Ya sea de la infancia a la adultez, o de la mente al cuerpo, y viceversa, este texto nos recuerda que todos podemos caer en cualquier momento en una trampa laberíntica, la del pensamiento, pero también nos muestra que la única salida posible comienza con la introspección. Asimismo, la única ruta posible para terminar una obra es estar decidido a escribirla, aun a pesar de los contratiempos de la vida diaria. Esperemos, pues, que el camino literario de Eliab, que ha sido inaugurado con esta diatriba yoica, sea próspero.
Raúl Solís