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DANIELA LOMARTTI
«Los sentimientos surgen sin que uno se percate. Pensaba que los controlaba.»
(Wong Kar-Wai en In the Mood for Love, 2000)
En su exhaustiva reflexión sobre la fotografía, Roland Barthes asegura que: «Pues bien, el cine es normal como la vida». Coincido en esto con Barthes. A diferencia de la imagen inmóvil de la fotografía, me atrevería a afirmar que el cine representa el movimiento de la vida. Más aún, solo el cine es capaz de mostrarnos el poder del silencio; de plantear preguntas sobre aquello que no se nombra pero que es crucial en la trama de la historia, de nuestras historias. Lo innombrable nos mantiene expectantes y nos induce a olvidar que estamos frente a una pantalla; claro, es cierto que no todos los filmes pueden conducirnos a eso. El director honkongués Wong Kar-Wai, en la película Deseando amar (In the mood for love, 2000), maneja de forma extraordinaria el deseo de los amantes, un encanto que los cubre ante la cámara. Aquí, el aparato parece esconderse detrás de ellos. En otros momentos, los acecha como la culpa.
El filme no aborda la historia de un triángulo amoroso, sino la de dos parejas que se ven involucradas en una primera infidelidad. Los protagonistas, Chow y Lizhen saben que son engañados por sus parejas; lo saben por coincidencias. Cuando ambos hablan sobre los regalos que el marido de Lizhen y la esposa de Chow les obsequiaron, se percatan de que no se trata de una casualidad sino que los obsequios provienen del mismo lugar en el extranjero. Al principio, el descubrimiento del infortunio es doloroso para ambos. No obstante, es ese mismo engaño el que los une en una forma de amar que no se consuma; un amor asintótico que los atrapa en un vórtice pasional. El lenguaje corporal de los personajes es el código que nosotros debemos descifrar, como sucede en la literatura: hay algo que el escritor o la escritora callan, y es nuestro turno averiguar en qué consiste ese silencio, o mejor, de qué sustancia está hecho el silencio: ¿de nostalgia, de pasión? En otra escena, Lizhen dice que ellos no serán infieles como sus parejas. Ella lo afirma como un imperativo: podemos amarnos, pero en silencio y a distancia. La audacia de Kar-Wai recae precisamente en lo que habría sucedido si Chow y Lizhen hubieran consumado su amor al rebelarse contra el imperativo. Aunque veamos el material extra de la película, en donde ambos personajes viven su amor, la magia está en la edición que hizo el director, pues nos orilla a reconstruir con la imaginación el correlato. Podemos tejer una historia secundaria a partir de los indicios que nos ha dejado Kar-Wai. Como lo afirmó el escritor argentino Ricardo Piglia: un cuento siempre cuenta dos historias, y esto lo podemos percibir también en el caso del cine. Agregaría que una película significativa como Deseando amar narra dos historias. Lo maravilloso de esta película, y que equiparo con la literatura, consiste en que lo ficcional se revela solo en la medida en que se contiene a sí misma. Es decir, el drama de la historia reside en que ninguno de los amantes se decide a expresar su amor porque es un deseo contenido que el espectador entiende a partir de la tensión que Kar-Wai construye sobre los gestos de los protagonistas, del ritmo de una pasión a punto de estallar.
Al ver las veces en que Lizhen y Chow se encuentran cuando ella va a comprar tallarines, y al escuchar los rumores que expresan los vecinos de Lizhen: «Nunca está su marido. Es tan triste verla sola», podemos capturar por momentos la esencia del tenue roce de sus cuerpos en la escalera. Sus coincidencias nos muestran aquello que está implícito: para el director, la cercanía de los cuerpos debe tener una anticipación. Como si los amantes se estuvieran preparando para consumar el deseo sexual, existe un ritual erótico previo. Con esto, vemos cómo el hecho de que Lizhen rechace a Chow con frecuencia1 responde a no alterar el curso de la historia. El flujo de los encuentros es un elemento importante del relato que nos narra Kar-Wai, aunque es aún más relevante lo que no nos dice.
Se trata de una estética del ensayo. En la vida no podemos ensayar, tenemos que pensar y luego actuar conforme a las decisiones que hemos tomado. Este es el flujo natural de las cosas. No obstante, la poética del deseo que acompaña la trama de la película nos ofrece la posibilidad de ver a sus coprotagonistas en el constante ensayo de lo que podría ser su amor. Ambos tienen la disposición de amar y de sentir que son amados. De nuevo, solo en el ensayo cabe lo que no se expresa, el deseo verdadero solo existe en el silencio. De otro modo, queda expuesto y vulnerable para que otros lo pisoteen. Esto me lleva a pensar que Kar-Wai nos muestra que el amor se protege si no se manifiesta.
En una escena que Kar-Wai ejecuta magistralmente, Lizhen le reclama a su marido por sus acciones, pero la toma nos revela que ella habla con Chow, ensaya con él. Los dos expresan lo que realmente sienten. Sus frustraciones, su decepción hacia sus parejas y un deseo que arde sin remedio. El ludismo de Kar-Wai le otorga al filme un carácter teatral, como si fuéramos testigos del cambio de escena en el preciso instante en que se grabó. Esta impresión, estar detrás de los actores y mirar sus expresiones, me recuerda a cuando de niños jugábamos a ser otros. Pero Kar-Wai lo lleva más lejos: la ironía de que los protagonistas actúen encarnando a sus respectivas parejas que los engañaron es el primer paso para que Lizhen y Chow exploren su sentir. Este juego es un momento necesario para que ambos se reconozcan en su complicidad.
La tensión del juego es una construcción orgánica que corresponde a un universo más amplio. Kar-Wai muestra al marido de Lizhen y a la esposa de Chow como sombras, presencias ocultas en su devenir. No aparecen sus rostros ni sus personalidades, sino que se muestran en lo que podrían llegar a ser, es decir, convertirse en la causa de dos amantes que sostienen un vínculo invencible.
Pienso que otro de los grandes aciertos de Wong Kar-Wai fue demostrar que la intimidad es posible aún en una lugar colosal como Hong Kong; a pesar de que la ciudad en la que habitan es exhibida como una urbe densamente poblada y con un movimiento incansable, el espacio íntimo es semejante a una pausa. Sin embargo, los espacios contienen algo más, probablemente una dosis emocional que Kar-Wai coloca en ellos. Por esta razón, es evidente que el director honkongués cuida cada rincón en el que existe un drama distinto, como si este correspondiera al espacio. Así, la escena que queramos sustraer puede entenderse si ponemos atención a la configuración del espacio.
Este mapeo intenta develar el ritmo del filme y es una aproximación a su singular flujo. Quizá, como sucede en las relaciones humanas, hablar de la poética del deseo se vuelve imposible si no estamos dispuestos a descifrar su significado. Terminaré este escrito con una cita de Ricardo Piglia, pues considero que es idónea en el universo que construyó Kar-Wai: «Lo más importante nunca debe ser nombrado [...]. Esa elipsis implica claro un lector que restituye el texto cifrado, la historia implícita, lo que se dice en lo no dicho».