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ANDRÉS LOBO
Marcaron tu geografía con lo que llaman lindero;
lo que es Oaxaca y Guerrero señalaron a porfía,
sin entender, costa mía, que eres solamente una:
mulata, negra, montuna, noble, bronca, franca, altiva, orgullosa y agresiva
si es que alguno te importuna.
Abel Emigdio Baños Delgado, «Retumbos de mi querencia»
Definir lo que es la cultura no es una tarea sencilla. De entrada, hay que considerar que cualquier constructo humano podría ser considerado como la expresión cultural de una población o grupo social en una época o espacio geográfico determinado.
Si consultamos una definición básica del concepto de cultura, el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española nos dice que es el «conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc». Apegándonos a esta definición podemos ver que la cultura abarca amplios espectros de la vida social sin circunscribirse a límites políticos o administrativos, y quizá adaptándose mejor en expresiones de carácter regional, por ejemplo, como cuando hablamos de las normas y comportamientos compartidos por los habitantes del norte de México, o de la región huasteca. O para los fines del presente texto, cuando hablamos de la franja costera del país, mejor conocida como la Costa Chica.
La Costa Chica es una gran franja costera ubicada en el sur de México que abarca distintos municipios de los estados de Guerrero y Oaxaca, que comparte costumbres, tradiciones y expresiones culturales incluso por encima de las fronteras políticas de cada entidad. Aquí me referiré exclusivamente a algunos municipios pertenecientes a Guerrero, aunque será inevitable que mencione algún ejemplo compartido con Oaxaca -lo que refuerza la premisa de que la cultura no tiene límites claros, y mucho menos que obedecen las normas políticas de división territorial del país-, como algunas prácticas y actividades realizadas en distintos espacios y poblados, con el fin de ilustrar la diversidad de expresiones artísticas y culturales que nos permitan reflexionar sobre cómo se construye una identidad regional. De ninguna manera pretendo ser exhaustivo ni agotar el tema.
En la Costa Chica confluyen una multiplicidad de expresiones culturales, fruto de la interacción de poblaciones tan diversas entre sí, como las indígenas, las afromexicanas y las mestizas, dentro de las que existen una amplia gama de grupos sociales que, a fin de cuentas, tienen algo en común: más allá de las características fenotípicas compartidas, antes que nada son costeños.
Las celebraciones y fiestas patronales son las expresiones más comunes y recurrentes en la mayoría de las comunidades de la región, en donde pueden percibirse diferencias, aunque sean mínimas, como en las fechas en que se celebran a los santos en un lugar y en otro; por ejemplo, la de Santiago Apóstol es una de las celebraciones más socorridas en municipios como Azoyú, Juchitán, San Nicolás o Cuajinicuilapa, pero el énfasis del día principal de la celebración cambia según la comunidad o municipio donde se celebra. Es así que la fiesta resulta tan distintiva en la región, y que a causa de la influencia religiosa despliega una serie de expresiones culturales, comprometidas e igualmente complejas de entender, que rebasan la comprensión para quienes no profesan una fe religiosa.
Azoyú es uno de los municipios más representativos y tradicionales por su vasto listado de festividades, entre las que está «la escalada» del Tigre de Azoyú, una de las que más me impresionaron, en la que un hombre disfrazado de este animal emblemático del estado de Guerrero da cumplimiento a una manda y sube la capilla del pueblo con sus propias manos, dando saltos arriesgados. Está enmarcada dentro de la celebración de San Miguel Arcángel.
Por su parte, la Danza del toro de petate es una expresión presente en varios poblados, como San Nicolás, Ometepec, Azoyú, Igualapa y Cuajinicuilapa, en la que una figura de toro, confeccionada con distintos materiales, como varas o alambre, y adornada con papeles de colores, es cargada por alguien que ha sido elegida para representar al animal y simular sus movimientos, mientras otra persona lo golpea con una espada hecha, por lo regular, de madera. Asimismo, Cuajinicuilapa cuenta con la característica Danza de los diablos, o la Danza de los apaches en la comunidad de Huehuetán; tanto el toro de petate como la danza de los diablos y la de los apaches son expresiones de la cultura afromexicana distintiva de la región costeña.
La fiesta conlleva baile, y el baile suele ser motivado por una melodía, de tal forma que cuando hablamos de la música costeña, inevitablemente hablamos de las chilenas, distintivas de Guerrero, un género jocoso distintivo de la región. Para reírnos un poco podemos escuchar las interpretaciones rítmicas del costeño Pepe Ramos, o algo más grupero y bailable en las composiciones de Los Kingver de Guerrero, un grupo local insigne de la población afromexicana de Huehuetán. Y sin duda, no podemos hablar de la música costeña sin referir el aporte de Álvaro Carrillo, mejor conocido como «el negro de la costa de Guerrero y de Oaxaca», reconocido compositor que exploró tanto la chilena como el bolero, así como con ritmos folclóricos, con raíces en ambos estados. Sus versos son representativos de la región y se dice que su obra cuenta con un amplio catálogo que contempla más de quinientas canciones en su haber musical, muchas de las cuales se siguen disfrutando hasta nuestros días. Sin duda, Carrillo, más que un referente cultural multifacético de la Costa Chica, fue un portentoso talento que trascendió barreras internacionales, cuyo ejemplo se sigue viendo en canciones como «Sabor a mí», que ha sido traducida a más de treinta idiomas de todo el mundo.
Andando por las calles de Juchitán resulta altamente factible que en algún hogar suenen los versos de «Alingo, lingo»: Juchitán y Huehuetán, andan peleando terreno./ Juchitán y Huehuetán, andan peleando terreno./ Juchitán dice ganamos, Huehuetán dice veremos», letra que da cuenta del conflicto interno que se dio por el territorio entre esas comunidades. Una tensión que con el paso del tiempo se ha transformado en un himno que refuerza un imaginario beligerante en el pueblo costeño que considero como una característica culturalmente inherente a la población de la costa; al menos eso pienso al recordar la relevancia que tienen los corridos en la gente, género que merece otro espacio.
Teniendo presentes algunas expresiones de la música y recordando cómo los versos pueden mantener vivos en la memoria colectiva historias y procesos, vale la pena evocar fragmentos de un par de piezas, fruto de la creatividad e ingenio de pobladores de la bendita Costa Chica. Por un lado, el maestro Abel Emigdio Baños, un habitante de la costa en el estado de Oaxaca, conocido como «el poeta de la negritud», que en su libro Retumbos de mi querencia, ofrece unos versos distintivos no solo de la población negra de la costa de Oaxaca, sino también de Guerrero y Veracruz. Entre sus líneas roba la atención lo siguiente: «Algunaj vecej me han dicho/ que de prieto ej mi color;/ lej digo: prietoj loj burroj/ yo soy negro de nación;/ ejte color no dejpinta/ maj morao lo pone el sol.», fragmento del poema «El negro chulo».
Por su parte, el profesor Marcelino Guzmán, un juchiteco conocedor de la cultura y tradiciones de su pueblo, trató de plasmar, en su cuento «El Fandango del Diablo», algunos elementos distintivos de la cultura costeña; entre ellos destaca el gusto por la fiesta y el baile: «La fiejta había comenzado entre chilenaj y cuhetej, llegó un charro alborotao portando enorme machete y diciendo: “arajo amigo” también yo quero bailá, y vengo a ve si consigo una dama pa’goza».
Finalmente, hay que recordar la importancia que reviste para la población costeña hablar con dichos y en ciertos casos con doble sentido. Al pueblo o comunidad al que uno vaya, en alguna parte de la costa se va a escuchar algún dicho; los dichos son expresiones comunicativas de la vida cotidiana en la Costa Chica, parece necesario reforzar cualquier historia o anécdota con un dicho para dar mayor veracidad a la narración. En más de una ocasión me encontré con el clásico «los dichos están bien dichos», como manera de reafirmar que estas formas del lenguaje gozaban de un reconocimiento y legitimidad social.
Por su parte, el doble sentido sigue siendo una expresión de la jocosidad de la gente; está presente en otras formas culturales como la música o la escritura, pero también es un elemento constitutivo de la vida cotidiana de las personas que habitan en la Costa Chica. Ahí de aquél que ande entre fiestas y no entienda el albur, porque se convertirá en objeto momentáneo de la burla. El doble sentido se expresa hasta en la danza. Un ejemplo de ello es cuando sale la tortuga y comienza a perseguir a la gente; en municipios como Azoyú y San Nicolás, una persona se pone una especie de botarga con distintos retazos de telas de colores y figuras llamativas, de donde asoma la cabeza de la tortuga tallada en madera, cuyo singular distintivo es su forma fálica, que es movida de adentro hacia afuera jugando con las personas que bailan con sorna ante la posibilidad de ser picados por la tortuga.
Las celebraciones y expresiones culturales aquí referidas son tan solo una breve selección de un universo amplio de formas y testimonios de la cultura en la región de la Costa Chica. Las líneas que constituyen esta columna son apenas una aproximación a un tema sumamente complejo, como lo es determinar los alcances de expresiones culturales tan diversas dentro de una región, y cómo estas dan sustento a la construcción de identidades de distinto tipo, trascendiendo, incluso, límites geográficos o políticos.
Teniendo esto presente, cabe recordar que, si bien hay similitudes y elementos compartidos en las prácticas, por ejemplo, en las danzas y festividades, al final cada una obedece al contexto específico de la comunidad o municipio en la que se lleva a cabo.
Finalmente, el propósito central de este texto es crearle curiosidad al lector, e invitarlo a preguntarse en qué consisten las prácticas culturales en otros espacios geográficos, y por qué se llevan a cabo; y por lo tanto, abrir un pequeño espacio de entendimiento de aquello que nombramos como los otros, para poder conocernos mejor a nosotros mismos.
Sirvan estas palabras, también, para reconocer la memoria de Miguel Ventura, luchador, difusor y protector de las tradiciones y expresiones culturales de la región de la Costa Chica, precursor de la tradicional danza de los diablos en el municipio de Cuajinicuilapa. Miguel se encontraba al frente del grupo Los Diablos Cuijleños, y fungía como director de cultura de la administración municipal. Fue asesinado en enero pasado en un contexto de violencia e inseguridad insostenible en el estado de Guerrero. ¡Ni una persona menos! Y que en paz descanse.