Apoya a Cuentística
I
Como todos los lunes, Almeida llegó a la Unidad de Prensa y Comunicaciones avanzando con largas zancadas.
—Buenos días, chicos, ¿qué tal el fin de semana? —vociferó hacía los cubículos dejando que las migas del pan que mordisqueaba cayeran sobre su uniforme a medio planchar—. Lupita, no me pases ninguna llamada hasta mediodía.
—Capitán, espere un momento, por favor —advirtió la secretaria que sostenía con dificultad una libreta y la bocina del teléfono.
—Ya te dije, Lupita, no estoy disponible hasta mediodía —replicó para luego abrirse paso a su oficina con una estridente puntapié en la puerta.
El general Alberti lo esperaba sentado frente a su escritorio. El sol hacía relucir su pelo cano y marcaba los profundos surcos de su rostro dándole el aspecto de una máscara.
—Llevo casi veinte minutos esperando, capitán Almeida.
—Disculpe, señor —contestó mientras su columna se tensionaba como un alambre—. No se repetirá. Estoy a su disposición.
—Mire, Almeida, esto es de suma urgencia y tenía que decírselo en persona. Es un asunto delicado que involucra a su unidad.
—Claro, señor.
—Es sobre su subordinado, el suboficial Ramos. Está muerto.
Almeida disimuló su cara de sorpresa frunciendo las cejas. Recordó que lo había mandado a provincia a cubrir una noticia tan irrelevante que no la recordaba.
—Murió durante las protestas de este fin de semana en Alto Manay. La necropsia evidencia que murió por múltiples traumatismos; además, su sangre tenía una gran concentración de toxinas. Suponemos un linchamiento: se ensañaron con él. Considerando que falleció durante un encargo realizado por su despacho, le corresponde elaborar el informe dando cuenta de lo ocurrido.
El general Alberti puso un desgastado morral salpicado de manchas ocre sobre el escritorio.
—Revise sus pertenencias con cuidado. Tiene hasta mañana, a las nueve, para entregarme el informe—agregó antes de levantarse.
Almeida se adelantó para abrirle la puerta.
—¿Sabe?, entiendo que usted y su equipo no son realmente policías. No creo que escribir psicosociales y tomar fotos en los desfiles califique como labor policial. En particular usted —dijo mientras pasaba la vista con desdén sobre la insignia de su pecho—. Usted es personal asimilado. No es más que un universitario frustrado con un uniforme que no puede llenar. No confío en usted, pero le daré una oportunidad. Quiero saber exactamente qué le pasó a Ramos. Haga su mejor esfuerzo.
El general Alberti arrojó la puerta tras de sí.
Almeida se arrastró hacia el escritorio y se dejó caer sobre la silla tratando de ordenar sus pensamientos.
—Lupita, no estaré disponible todo el día —anunció por la bocina del teléfono.
De súbito, como el piquete de un alfiler en las sienes, recordó que había enviado a Ramos a perseguir extraterrestres en la selva.
II
Luego de hacerse con ingentes cantidades de café comenzó a redactar el informe. Se aprestó a desplegar sus mejores dotes de oficinista. Sus manos se movían con destreza entre los maltratados folios extraídos del morral para ordenarlos cronológicamente. Reservó la cámara y la grabadora para después.
Recordó que Ramos había insistido en cubrir esa noticia que se había hecho viral por redes sociales. Su entusiasmo le recordó las cantaletas de un adolescente, tal vez porque prácticamente todavía lo era.
Escudriñó el reporte hasta que encontró el primer interrogatorio.
Entrevista 001 del 11 de agosto del 2023: (…) Diga usted si tiene conocimiento de los avistamientos de seres extraños en Alto Manay durante la última semana.
Respuesta: Sí, avistamos a uno. Yo estaba con otros miembros de la comunidad. Ocurrió el 7 de agosto de 2023, aproximadamente las ocho de la noche en el delta del Río Tigre, a diez minutos del local comunal. Solo se puede acceder a pie siguiendo la rivera del margen izquierdo».
Improvisó una línea de tiempo en un pizarrón que colgaba en un muro de su oficina. Confirmó que las primeras protestas violentas iniciaron después de que Ramos llegara a Alto Manay. Eso lo alivió. No podrían cargarle ese muerto. «Para eso se unen al cuerpo, todos lo saben, los policías y los que protestan, solitos asumen su propio riesgo», se dijo para convencerse y proseguir.
Entrevista 005 del 11 de agosto de 2023: (…) esa cosa era como del color de la selva, del cielo, del río, como un camaleón. Por eso no lo pueden atrapar, ni siquiera lo pueden ver.
Entrevista 006 del 11 de agosto de 2023: (…) apesta todo el bosque, deja todo muerto, como si se estuviera pudriendo. Peor que el veneno de la shushupe.
Entrevista 008 del 12 de agosto de 2023: (…) mi esposo lo vio de cerca ese día. Creo que lo llegó a tocar. En el hospital lo evaluaron, pero con todas estas protestas no había cama para internarlo.
Almeida se ufanó de su buen criterio. No se había equivocado cuando envió a Ramos a cubrir esa noticia: «Seres extraños acechan la selva». Era perfecto para encubrir las protestas regionales durante esa semana.
Terminó con los papeles e inició con las fotografías almacenadas en la cámara.
En las primeras fotos se veía a Ramos, con su impecable uniforme verde que combinaba con la floresta, hablando con los pobladores y señalando el vacío del horizonte; luego, otras cuantas fotografías cruzando el río y cortando lianas. Todos eran encuadres perfectos para los diarios del fin de semana. Sin embargo, las últimas imágenes mostraban algo distinto.
Tres personas equipadas con botas y machetes corrían en dirección a la cámara. Por un breve momento le pareció que eran protestantes cargando contra Ramos, pero sus brazos extendidos con las palmas abiertas y sus expresiones no describían nada más que miedo. Estaban escapando, aunque detrás no se distinguía nada más que el follaje; en realidad, parecían escapar de la selva misma. Terminaba con una serie de tomas borrosas donde se veía a las mismas tres personas tiradas en el suelo, retorciéndose.
A las siete de la noche Almeida se despidió del último personal de la oficina. Sin perder el tiempo, buscó los audios de la grabadora.
«Capitán Almeida: aquí el suboficial de primera Ramos reportando por el encargo realizado por la Unidad de Prensa y Comunicaciones. (…) creo que por fin encontramos algo, jefe. Usted sabe, aquí todos hablan siempre de esas historias de viejos: el tunche y el chullachaqui, pero ahora dicen que no fue ninguno de ellos. Que no lo habían visto antes. La comunidad está temerosa, por esto y por las protestas. Les recuerda a los incidentes de Bagua y de Puno. Me pidieron que los protegiera de los compañeros antidisturbios que están pasando por la carretera. A cambio les solicité tres voluntarios para ir conmigo al sitio de los avistamientos y aprovechar para tomar fotos».
Reprodujo el siguiente audio.
«Creo que por fin lo logramos. Yo sé que usted no cree, capitán, pero no es necesario creer. ¡Eso existe! Encontramos algo real. Todos lo vimos: yo y los tres comuneros, aunque realmente lo sentimos. No puede verse, se siente. Está allí, cuando la niebla se espesa. No sabría cómo decirlo, pero esa cosa avanza, acecha, apesta todo, no como un animal, sino como si la propia tierra estuviera enferma. Cuando está cerca, el cerebro te hierve y te explota la cabeza. El poblador que estuvo más cerca se llevó la peor parte; ahorita no me acuerdo de su nombre, pero le adjunto los datos que le tomé. La reacción física es concreta: al regresar todos empezamos a vomitar sangre, pero a él le fue peor, no podía levantarse. Lo llevaron al hospital. Sus síntomas coinciden con el otro enfermo reportado en la comunidad (…). Tiene que ver el video, todo está allí».
Los brazos de la silla de Almeida estaban húmedos. Se levantó para dar un par de vueltas alrededor de la oficina desierta.
Las palabras de Alberti siguieron rondando por su mente. Calculó que llevaba medio año en ese puesto. Había fracasado en los pocos diarios donde trabajó como periodista porque le faltaba esa actitud osada -casi suicida- de denuncia que era propia del oficio, así que aprovechó sus últimos años de juventud para asimilarse como periodista policial, lo cual era, en la práctica, ser un oxímoron viviente. No concebía que en ese trabajo, donde todo eran notas entre psicosociales y adulatorias, hubiera encontrado algo real. Era imposible.
Hizo caso a la sugerencia de Ramos y reprodujo el video.
Reconoció la voz de su subordinado que trataba de acallar a sus acompañantes. Era la toma de un claro al lado del río. Estaba pixelada por el aumento del lente. Resultaba obvio que trataban de guardar distancia. En el centro del encuadre una espesa niebla que había permanecido inmutable se agitó. Se movió palpitante como una exhalación del bosque. Bajo ese extraño gas, la hierba se degradaba hasta tornarse en desechos negros, que antes había estado vivo. La lluvia se desató con bravura y empezó a caer sobre la figura oculta en la niebla. Era cuestión de aguzar un poco la vista. Con todos los reportes, fotografías y audios que conocía, la criatura se volvió posible. Las gotas describían una anormal protuberancia, como una joven montaña que, hastiada de la tierra, comenzaba a crecer. «Allí está», expresaron las voces sucesivamente. El ente se agitó como un animal adormilado esparciendo ese gas corrupto a su alrededor. De inmediato los espectadores se alejaron a la carrera entre quejidos y arcadas. El brazo tembloroso de Ramos terminó cediendo. La cámara cayó al piso y pronto fue cubierta por vómito y sangre.
Almeida se mantuvo firme para no pensar sobre lo que había visto. Al fin y al cabo, era un informe, tenía que ser fiel a la fuente.
Le cosquilleaban las manos al manipular la grabadora.
«…capitán, tengo que salir de aquí, todas las carreteras están bloqueadas por las comunidades, pero me dicen que en el kilómetro 235 hay presencia policial. Me dirijo hacía allá…».
Reprodujo el último audio registrado antes de que encontraran su cuerpo.
«¿Pero qué mierda haces andando con estos indios? ¡Manos en la cabeza y cállate, porque te reviento el otro ojo! ¡Voltéate, voltéate! ¿Qué escondes ahí? ¡Suelta, suelta, mierda! Seguro que tienes un ladrillo de pasta metido en el culo. Pero miren qué lindo, muchachos, con la camarita, ¿no? Para eso si eres valiente: ¡para joder a la autoridad! ¿No ves que estamos apaciguando esta turba? Periodista cagón. Ahora, ¡arrodíllate!, vas a ver lo que es bueno...».
III
—Capitán Almeida, el General Alberti lo espera en el octavo piso —se escuchó por el megáfono—. Favor de reportarse de inmediato.
Almeida subió por el ascensor y aprovechó para acomodarse el uniforme y el cabello. Pasó por los despachos de dos secretarias e ingresó cerrando tímidamente tras de sí un pesado portón de madera.
El general Alberti estaba de pie mirando a través de la ventana el tráfico que empezaba a acumularse en la avenida Canaval y Moreyra. Lo invitó a sentarse con un gesto indiferente y se aproximó para asegurar el portón.
—Leí tu informe —exclamó en seco.
Almeida se acomodó en su asiento. El rostro del general se mantenía como una máscara indescifrable. Se sintió entrando a tientas en una caverna oscura.
—¿Me escuchaste? Leí tu informe, Almeida.
Entonces se desató.
—Ahora te voy a enseñar a hablar estupideces —dijo mientras se quitaba la correa y la enroscaba en su mano por el extremo opuesto al de la hebilla—. Han matado a un compañero a golpes, ¡y tú te burlas de la institución con cuentos de marcianos invisibles y policías asesinos! ¿Acaso me quieres joder la carrera?
Alberti le encajó un golpe entre el ojo y la nariz. Almeida cayó de espaldas con todo y silla. Sin darle tiempo a reaccionar, la hebilla surcó el aire como una serpiente clavándose en la piel de los antebrazos, con los que trataba de cubrirse la cabeza, desgarrándola.
—¡Hoy no te vas hasta que vea un nuevo informe! ¡Y abre bien las orejas! ¡Yo te voy a enseñar lo que es un informe, cabrón de mierda!
IV
Dentro de la oficina se escuchaba el repiqueteo del teclado ejecutado con pericia.
—¿Se encuentra bien, capitán? Mejor paramos un momento.
—¡No, no, carajo! Terminemos de una vez, Lupe.
Almeida apoyó el hombro contra la pared para disimular el temblor de su cuerpo. Lupe observó cómo el pañuelo que le había puesto sobre la frente apenas cubría la pulsante grieta que tenía abierta en la frente.
—Pero mire cómo está, por favor —lamentó la secretaria, que mantenía los labios abiertos buscando entre suspiros la palabra correcta—. Al menos siéntese, hijo.
Almeida hundió la espalda en la silla. Fijó la vista en el techo y cerró los ojos para soportar mejor los mareos que lo acosaban.
—Comienza a leer lo que te dicté, Lupita, por favor. Me sentiré mejor al terminar.
La secretaria comenzó a leer:
«Se cumple con reportar los hechos acontecidos entre el 11 y 13 de agosto de 2023, periodo en el que el suboficial Alberto Ramos Nauta (fallecido) se encontraba realizando labor de inteligencia en la zona de Alto Manay con ocasión de que elementos subversivos venían implantando noticias psicosociales durante las protestas antipetroleras de la región (…); el material multimedia recabado por el efectivo se ha visto dañado casi en su totalidad (…) al retirarse del área, los comuneros con los que colaboró lo habrían llevado con engaños hacia una turba de manifestantes, que le dieron muerte mediante linchamiento, hecho que se corrobora con su certificado de necropsia, que señala politraumatismos y presencia de toxinas derivadas de hidrocarburos (…)».
Lupe culminó la lectura con las facciones encogidas y dejó caer las lágrimas sobre el teclado, maldiciendo a los salvajes que habían destrozado a Ramos.
—Solo nos falta lo último, Lupita. Empieza a tipear, vamos.
«Se recomienda: Primero, otorgar al suboficial Ramos los beneficios de ley al haber fallecido en cumplimiento de su deber. Segundo, iniciar investigaciones contra los tres comuneros con los que se contactó el suboficial Ramos, que han sido identificados y sus datos obran en las fichas adjuntas en el Anexo 4. Es todo cuanto tengo que informar. Lima, 15 de agosto de 2023. Unidad de Prensa y Comunicaciones».
—Numéralo y mándalo ahora mismo.
—Será el Informe 43 —agregó Lupe mientras se dirigía presurosa a la oficina del general Alberti.
Al culminar la tarea, los mareos de Almeida cesaron. Hilos rojos mezclados con sudor brotaban de su frente. Abrió lentamente los ojos. Lo único que pudo ver fue al mundo revestido por el velo de sangre que ahora le cubría el rostro.