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Aprender un nuevo idioma siempre es algo fascinante, ya que permite ampliar la forma en que se percibe el mundo o, incluso, poder apreciarlo desde perspectivas nuevas; no obstante, hasta cierto punto esto es un arma de doble filo, debido a que esa nueva percepción implica un reto que pocas veces tenemos en cuenta, dado que no solo se trata de aprender vocabulario, conjugaciones, estructuras y gramática nueva, sino que conlleva adquirir una cosmovisión que puede ser completamente distinta a la nuestra.
El proceso usual de adquisición sigue los mismos pasos en todo curso de idiomas: vocabulario, frases simples, estructuras básicas, la conjugación del presente… en los primeros niveles, las reglas gramaticales son una gran ayuda para entender cómo comunicarse de la forma más elemental. Conforme se avanza en la comprensión de dichas reglas, aunado a otros procesos de adquisición y producción, poco a poco se es capaz de hacer un discurso más complejo. Como suelo decirles a mis estudiantes: es como si uniesen piezas de Lego para forma una figura más grande.
Pero en ocasiones hay zonas grises donde la gramática flaquea, evade la pregunta o, en el peor de los casos, lo resume en un porque es así, lo cual resulta frustrante para aquellos que realmente quieren entender cómo o cuándo usar de forma apropiada algún elemento de la lengua (piénsese en aquellos casos donde pretérito y copretérito son válidos para una misma oración o donde por y para son intercambiables: P: ¿Por qué estudias español? R: Para trabajar como traductor).
Es aquí, en las zonas grises del lenguaje, donde entra en juego lo que suelo llamar la esencia o el corazón de la lengua. Quiero pedir al lector que se tome un momento para reflexionar las siguientes preguntas:
¿Qué es importante para el español? ¿Qué es lo que busca comunicar y de qué forma lo hace?
¿Cómo expresamos el futuro?
¿Por qué existe el pronombre se? ¿Qué implica usarlo o no en una oración?
¿Por qué tenemos dos verbos para expresar la existencia (ser y estar)? ¿Y dos pasados simples (pretérito y copretérito)? ¿En qué casos podemos usar ambos?
El lector no debe sentirse abrumado si no encuentra una respuesta, aunque si se trata de un hispanohablante nativo, por intuición seguramente tendrá una noción de cómo contestar a estas preguntas, las cuales se irán abordando y desarrollando a partir de este número. Mi intención no es otra que invitar a la reflexión acerca de su lengua a partir de las observaciones que he realizado durante mis años de estudio y docencia de la misma, que he ido afinando y modificando, por lo que más que afirmaciones categóricas, deben ser tomadas como un acercamiento para tener claridad y comprensión. Por ahora, me centraré en la descripción y caracterización de las primeras dos preguntas. Para eso, parto de las siguientes premisas:
I. El español es una lengua de percepciones.
II. Existen matices en muchos niveles lingüísticos y no así categorías separadas.
Esto lo podemos comprobar en los siguientes puntos:
1. El español es muy sensorial, principalmente visual. Esto podemos verlo nótese la expresión en la forma en que solemos llamar la atención de alguien para ciertos asuntos: «Fíjate que…», «Mira esta canción que encontré…», «A ver qué te parece…» «¡Oye!», e incluso en algunas expresiones comunes como: «échale un ojo».
2. Al español le interesa el movimiento. Por lo anterior, tiene sentido que se intente expresar las cosas que podemos ver que se mueven. El ejemplo más claro es la forma en que expresamos el futuro: voy a comer…, o si estamos muy seguros y es algo próximo a suceder: voy a ir a comer…, incluso para añadir información respecto al estado: P: ¿Dónde estás? R: Ando con unos amigos —no solo se está sino que hay implícita alguna acción de por medio.
3. Al español le importan los cambios. El movimiento y el paso del tiempo implica que haya un cambio y/o una transición. La forma más clara es el uso del pronombre se como voz media[1]: El café se enfrió —implica que antes estaba caliente—, El día se nubló —antes estaba despejado…
4. Las emociones son una opinión y una percepción. El español es un idioma que expresa de forma preciosa las emociones. Tómense por ejemplo las palabras que hay para describir la belleza: hermoso, bello, sublime, bonito, lindo, encantador…, pero no solo sirven para eso, sino que también son parte de nuestra relación con el mundo: Siento que estás enojado conmigo, Me alegra que te guste tu regalo…, lo que da lugar al siguiente punto:
5. El punto de vista de quien habla influye en la percepción de la realidad. En el español es muy importante quién y cómo está percibiendo un evento:
Me gusta que tenemos tanto en común (la persona está muy segura).
Me gusta que tengamos tanto en común (queda abierta la posibilidad a estar equivocado).
Esta percepción puede estar motivada por las emociones, por el pensamiento o por la misma observación de un hecho.
Como puede verse, al español le interesa poder comunicar la realidad a partir de estos elementos, y es en este juego de percepciones que da lugar a otro punto a considerar: la incertidumbre o falta de precisión; en el español nunca estamos completamente seguros de nada, incluso tenemos un modo específico para referirnos a aquellas cosas que son posibles, probables o inciertas: el subjuntivo («si yo fuera rico…» «Que tengas un buen día…»).
Al principio mencioné que aprender una nueva lengua permite tener una visión distinta del mundo; de igual modo, considero que reflexionar sobre los elementos que posee la lengua materna de uno permite entender mejor por qué nos expresamos de una cierta forma y qué implica que existan varias maneras de, aparentemente, decir lo mismo (retomo el ejemplo del punto 5). La lengua es una parte fundamental del ser humano, no en balde la poesía llega a ser la máxima expresión de esta, ya que implica una profunda comprensión y dominio de la misma. Es para comunicarnos, sí. Pero no se limita a la simple emisión de un mensaje (yo+tener+hambre), sino que permite transmitir toda una serie de elementos que nos da más información del mismo hablante (su nivel cultural, su forma de percibir el mundo, su educación, etc.)
Por último, quisiera señalar una cualidad muy particular del español que, si bien en principio la tienen la mayoría de las lenguas, en mi opinión es lo que le ha permitido mantenerse como uno de los idiomas más hablados del mundo por varios siglos. El español no destaca por su capacidad de crear nuevas palabras, mucho menos para crear conceptos (cualidades admirables del alemán y el japonés[2]), pero sí para «devorar» (adaptar) conceptos ajenos (para aquellos que han visto o han oído hablar de una película de terror «La mancha voraz», esto les sonará familiar). A lo largo de su historia, el español se ha apropiado de palabras y estructuras de otros idiomas y las ha vuelto suyas haciéndose de un vocabulario más extenso y rico:
Chofer > chauffer (francés)
Ojalá > law šá lláh (árabe)
Apapacho > papatzoa (náhuatl)
Jaguar > jaguá (guaraní)
Tuitear > twit (inglés)
Todos estos elementos terminan cobrando sentido en el uso y a su vez se ven afectados por la cultura y sus convenciones sociales preestablecidas. Esto se puede apreciar en las variantes dialectales tanto a nivel regional como entre países hispanohablantes. No obstante, la esencia es la misma.
[1] Este tema en particular se desarrollará en un texto posterior.
[2] Tómese por ejemplo waldeinsaimkeit: concepto alemán que alude a esa sensación de tranquila soledad mientras se camina por el bosque por cuenta propia. Y el concepto japonés yugen: la consciencia profunda de la belleza y misterio del universo, así como la triste belleza del sufrimiento humano.