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El artista debe saber recrearlo con todos los detalles posibles. Ver una imagen completa para que tenga sentido. No basta con tener su nombre, Salvador, para hacer la historia; es menester observar sus facciones, su modo de actuar, cómo reacciona ante una ofensa o un cumplido. Saber incluso qué preocupaciones le quitaban el sueño.
Despierto a mitad de la noche, sobresaltado. Es una anomalía, considerando mi rutina al dormir. Debe ser todo el estrés que cargo encima. Los experimentos no han salido exactamente como yo quería. Pero así es la ciencia: impredecible, a pesar de lo que se dice de ella. Me descubro pensando de nuevo en el trabajo y me reclamo que son cuestiones que lograré resolver en la mañana. Me siento en la cama y volteo a ver a Laura, aliviado de no haberla despertado. Voy al baño, me mojo la cara y me miro al espejo. Es extraño: contemplarme a esta hora hace que quiera detenerme en los detalles.
Una barba tupida y algo descuidada, con algunas canas. La boca delgada y severa. Inicios de una calvicie que ya no puede ocultarse. Una cara ancha que bien podría resultar brusca de no ser por los ojos, amables e introspectivos. Una especie de investigador metódico y trabajador, según la estampa que visualizo. Es importante ver su rostro para imaginarlo después en su trabajo. Aunque más importante aún es saber cómo piensa, cuál es su personalidad. Quizá la mejor manera de conocerlo sea a través de algún diálogo. El artista se frustra, pues no es fácil recrear una conversación. Aun así, se compromete con su empresa y logra escucharlo con claridad.
―¡Daniela, espera! —le grito antes de que salga por la puerta.
―¿Qué pasa, doctor? —responde ella, asustada por mi expresión.
―Todavía no terminamos, no te puedes ir —le reclamo.
―Pero si ya acabé las observaciones —se defiende—, ya no tengo nada más qué hacer.
―Siempre queda algo qué hacer, Daniela, y lo sabes. Todos tus compañeros siguen en el laboratorio, no veo por qué habrías de irte. Además, son veinte para las seis, no puedes salir antes de que termine tu horario.
―Pero, doctor —replica conteniendo su enojo—, hace una hora que terminé lo que me tocaba.
―Puedes ponerte a guardar los aparatos. O pensar en nuevas propuestas para atraer más candidatos —le digo, a sabiendas de que no necesitamos otros por ahora.
―Bueno, si quiere voy pensando en eso y lo traigo mañana —responde más complaciente que molesta.
―Ya, está bien, vete —sonrío—. Es imposible discutir contigo.
―O será que le caigo mejor que los demás —añade, dirigiéndose de nuevo a la puerta.
El artista reflexiona la elección del diálogo. Ya desde antes podía advertir que Salvador era metódico. Será una manera de reforzar mi impresión, piensa. O tal vez para notar que era obsesivo, que tenía autoridad. Pero algo no le convence. Desvelar ese momento de entre tantos posibles. Es necesario poner un filtro, sí, pero con un criterio. Desde luego, además de esos rasgos, ve que no es frío ni predecible, y que hay ciertas personas que le causan simpatía. De pronto, el artista siente algo. Es la necesidad de explorar otras perspectivas. Entonces, se deja llevar por la intuición, en la que confía más que en cualquier otra cosa.
…mi Chava, tan dedicado e inteligente. ¿Cómo le fue a pasar algo así? Es este país terrible que ya no distingue las personas malas de las buenas. Él era de los que valían la pena, mi pobre Chava. Si tan solo no hubiera salido tan tarde, o no se hubiera subido al taxi de un desconocido, o no sé. Ya no sé. Mi Chava, ¿dónde estará? Le hubiera dicho que me dio un mal presentimiento cuando se fue, o que fuera mejor al laboratorio al otro día. ¿Para qué se fue tan tarde? Mi Chava, tan cumplido, ¿por qué no podía faltar? Hubiera ido con él, mi pobre Chava…
Claro, no hay que olvidar que, cuando se trata de una desaparición, los detalles son relevantes. El cambio de perspectiva sirvió para subrayar esta importancia. El episodio anterior pone de manifiesto la vivencia de Laura lamentándose por la desaparición de su esposo, pero ¿qué dicen los detalles? Que Salvador salió de noche, seguramente con prisa. Le dijo a su mujer que iba al laboratorio, donde quizá surgió una emergencia. Habrá que añadir más información sobre el lugar. El artista se acomoda, respira profundamente, y piensa. No es sencillo pasar de una voz a otra, pero por fortuna, ya tiene muy clara en su cabeza la imagen de Salvador.
Cada vez que siento que estoy más cerca de lograrlo, se me escapa de las manos. Pero debo insistir. Siento que si no fuera por mi necedad ya nadie querría trabajar aquí. O bueno, por lo menos no mis alumnos. Los videntes parecen estar a gusto. Pienso que deben estar cansados de tantas pruebas, pero seguro les sienta bien que alguien les crea. Y que además esté dispuesto a probar su veracidad. Me acusaron de ingenuo, pero luego de recapacitarlo, más bien envidian mi tenacidad. Cuando todo el mundo vea los resultados sabrán que siempre tuve razón. De cualquier modo, me reprocho que mi trabajo no se trata de eso: la ciencia no admite egolatrías. Lo importante es encontrar la verdad, a pesar de las adversidades.
El soliloquio es la mejor manera de obtener información de importancia. Ahora se va dibujando mejor el panorama del trabajo de Salvador. El artista piensa que convendría tener desde el inicio todas las particularidades, pero recuerda que los misterios funcionan así: en desorden, dispuestos caóticamente para armar el rompecabezas, que termina por ser lo más satisfactorio. Con todo y eso, necesita conocer más para ir tomando una dirección.
Recuerdo claramente lo que me dijo el señor R. aquella vez que le iba a hacer el electroencefalograma. Apenas lo toqué para acomodarle los electrodos, puso los ojos en blanco. Me asusté, aunque ya había visto antes esa misma reacción en otros participantes del estudio. «Esa mujer que está allá sentada viéndonos va a ser su ruina, doctor, cuídese mucho», dijo señalando a Dani. Y aunque así fue, me gusta pensar que ese evento ambiguo fue una prueba más de mis investigaciones. Todas esas semanas en que guardé las apariencias con ella fueron tremendamente agotadoras, pero tan emocionantes, que no me importó sentirme cansado todo el tiempo. Así de embriagador es verla. La necesito tanto que ya no me importa saber que, cuando nos escapemos juntos, se vendrán abajo mi matrimonio, mi reputación y hasta mi trabajo. Bueno, no, el trabajo podré retomarlo, estoy seguro, cuando las cosas se calmen.
Entonces, aquel diálogo con Daniela sirvió para hacerla figurar, porque además de su alumna era su amante. Ningún elemento sobra, todo lo que se piensa está ahí por una razón. El artista ve mejor a Salvador ahora. Hombre rígido, enfocado en sus investigaciones, sí, pero también vulnerable. Sería que el estrés del trabajo lo tenía harto, o que si alguien penetraba su meticulosidad abriría una brecha insalvable. Lo cierto es que, aunque ahora puede explicar la desaparición, el artista se siente insatisfecho, como si la huida con la amante fuera una solución simple. Además, ¿qué sentido tendría haberse enfocado en los experimentos sobre la clarividencia? ¿Estaban ahí solo para entender que alguien había previsto la ruina de Salvador? No, esos detalles deben señalar algo más. Parece necesario volver a un cambio de perspectiva. La clave está en conocer mejor a Daniela. El artista se concentra más que nunca. Abarcar a una tercera persona que parecía tangencial es arriesgado, pero aún posible.
Voy a lograr que me vea. Ya sabe mi nombre, y estoy segura de que le gusto, pero aún no me ve, no realmente. Necesito hacerme notar entre las demás. No es posible que prefiera sonreírle a las otras que claramente son menos bonitas. Yo me arreglo todos los días para él, llego más temprano, y hago cosas que lo hacen enojar tan solo para que me note. Y no conforme con eso, soy la más calificada para estar en ese lugar: hago observaciones inteligentes, soy hábil con el manejo de los instrumentos, preparo las sesiones con los videntes de manera que se sientan lo más cómodos posible. Soy interesante y comprensiva. ¿Qué más tengo que hacer para que se enamore de mí?
Hasta ahí es evidente el interés de Daniela por su tutor. Pareciera, a simple vista, que se trata de una aventura, efectivamente: la alumna que se esfuerza por la atención de Salvador. Aunque en ningún momento lo menciona, no porque omita nombrarlo, sino porque no hay ni una sola palabra que refiera lo que representa él para ella. ¿Por qué le gusta? ¿Lo considera guapo, listo o prestigioso? El artista considera dos opciones: o Daniela solo busca ser adorada, sin considerar a su objetivo, o hay algo más en su interés. Intuye que lo segundo podría amarrar mejor los cabos sueltos. Además, aún queda la cuestión de la clarividencia…
Al fin tengo acceso a su vida. Para ser honesta, creí que me llevaría menos tiempo. Por poco y no logro distraerlo de su trabajo. De cualquier modo, Salvador es tan predecible como cualquier otro hombre. Estaba tan cerca de comprobar la verdad, el pobre. Seguro lo habría conmocionado. Pero no podía permitirlo: a nosotros no nos conviene que la verdad se haga pública, ni que se sepa cómo manipulamos a la gente, y menos con estudios que lo comprueben. Las consecuencias nos destruirían. Por fortuna, Salvador es el único de quien tenemos noticia que podía llegar a alguna especie de certeza. Va a ser una lástima desaparecerlo así, pero no tenemos alternativa.
El artista aprieta los ojos y suspira. Este es el final, el verdadero. Lamenta tener que cerrar de ese modo, pero así es su trabajo. Se suelta de las manos de Laura, y los dos abren los ojos. Le cuenta sus hallazgos; ella solloza. Cuando se despiden, Laura le agradece con una sonrisa sincera, y luego sale. El artista se queda sentado en el despacho, reflexionando frente a su escritorio que su don, ese precioso regalo que descubrió tener desde su infancia, no es para cualquiera. En ese instante recuerda que a él también le había llegado una invitación para participar en los estudios que estaba realizando Salvador, pero algo dentro de sí mismo le reveló que todo eso terminaría muy mal. Ahora sabe por qué.