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JUAN SIR
El Primavera rosa escaneaba el calor en las cápsulas de escape. El monitor solo registraba temperaturas gélidas, tanto del espacio como de los restos flotantes.
—Esto es un cementerio —murmuró el capitán Lázaro—. Margo, ve directo al crucero.
Margo apagó el escáner y maniobró con destreza para esquivar las cápsulas dispersas en el vacío.
—Nuestra misión es recuperar la bitácora.
—¿Y cómo atravesaremos las compuertas? —dijo Margo.
—Tienes un arma, ¿no?
—¿Qué haremos con Lidia?
El equipo médico resultaba inútil en una misión como esta ahora que las prioridades habían cambiado.
—Nos vendría bien un técnico —dijo Margo.
—A ti te gusta hacer agujeros con el fusil. Puedes ser la técnica.
Margo y Lázaro rieron. A medida que se acercaban a la última señal de rescate, el cúmulo de cápsulas flotando en el vacío aumentó.
—¿Qué carajos pasó aquí? —dijo Margo.
—Espero que no tengamos que conocer al responsable.
Los restos de la nave emergieron; estaba deformada de manera grotesca. Sus estructuras internas estaban expuestas, como si algo la hubiera desgarrado desde dentro. Un grito resonó en la nave.
—¿Qué fue eso? —dijo Lázaro.
El capitán se precipitó por los pasillos de la nave hasta el camarote de Lidia.
—¿Por qué gritaste?
Lidia estaba pálida.
—Vi un rostro en los restos de la nave.
Lázaro frunció el ceño. Se acercó a la ventanilla y escudriñó la oscuridad. Entonces, la proa del crucero apareció ante él. «La buena vida», murmuró Lázaro.
Se giró y salió sin decir palabra. Ya en la cabina, lo que yacía dentro del crucero lo oprimió. Temía fallar en su misión, pero más temía por la vida de su tripulación.
—Capitán —dijo Margo.
Ambos contemplaron el costado destrozado del crucero. Lázaro recorrió con la mirada el casco destrozado, analizando la forma en que el metal se había retorcido. El Primavera rosa maniobró. Dentro, las luces fluorescentes parpadeaban sobre restos de metal contorsionados, como si la nave hubiese sufrido espasmos antes de morir.
—Aterriza aquí —ordenó el capitán—. Mantén todos los sistemas encendidos y lleva el controlador del piloto automático. No lo olvides.
Lázaro dejó la cabina y se dirigió al camarote de Lidia. No podía dejarla sola, aunque fuese un estorbo.
—Ponte el traje. Vamos a salir.
Lidia asintió en silencio.
Lázaro, en su camarote se colocó el traje de exploración. Revisó su rifle y cargó las celdas de energía. Antes de salir, acarició la fotografía de su mujer y suspiró. Al regresar al pasillo encontró a Margo enseñándole a Lidia cómo usar el rifle.
—Disparas y recargas, listo —dijo Margo con impaciencia.
—Sé cómo usarlo.
Lázaro se interpuso entre ambas y señaló el cuarto de descompresión. Una vez dentro, el equipo esperó en silencio a que el temporizador llegara a cero.
—Tenemos carga para unas cuantas horas. Si ven algo, tienen permiso para disparar. El piloto automático está listo para un escape rápido. ¿Están listas?
Ambas asintieron. La compuerta se abrió, y la oscuridad fagocitó el horizonte.
Las luces de los cascos cortaban la penumbra proyectando sombras alargadas en los restos retorcidos del crucero. Avanzaban con cautela. El sonido de sus propias respiraciones dentro del casco era lo único que podían oír. Las sombras se movían con ellos, ondulantes, como si el mismo metal del crucero los acechara. De repente, una interferencia invadió los intercomunicadores.
Lázaro giró hacia Lidia, cuyo casco se iluminó con destellos de alerta.
—¿Qué detectaste? —preguntó el capitán.
—¡Están por todos lados!
La visión térmica de su casco se iluminó en patrones caóticos. Margo reaccionó al instante, disparando en todas direcciones. Las ráfagas de energía azulada emitieron destellos intermitentes.
—¡Las vi! —gritó Lidia—¡No dejan de aparecer!
Entre las ráfagas, Lázaro distinguió que las paredes del crucero estaban vivas. Dentro del metal deformado, rostros y extremidades humanas se retorcían en un ciclo interminable de agonía. Los cuerpos estaban fusionados con la estructura de la nave, atrapados en una amalgama orgánica y metálica. Se movían en patrones erráticos, como si trataran de liberarse o de alcanzar a los intrusos.
—¡Llévate a Lidia! —ordenó Lázaro.
Margo obedeció tirando de la médica hacia atrás mientras continuaba disparando. Un resplandor azul se desprendió de las extremidades retorcidas, como si algo dentro de los cuerpos se encendiera; miles de luces comenzaron a surgir de sus ojos, bocas y heridas abiertas.
—¡Capitán!
Lázaro supo en ese instante que los disparos no solucionarían nada. Estaban rodeados.
—¡Corran!
Lázaro activó el propulsor de su traje y sujetó a Lidia. Margo, con reflejos impecables, se lanzó hacia atrás dejándose mecer por la gravedad antes de activar su propulsor. Las criaturas avanzaban descomponiéndose y armándose, distorsionando el espacio a su paso. Atravesaron un pasillo largo con las luces parpadeando a su alrededor. Lázaro intentaba procesar lo que había visto. ¿Qué eran esas cosas? ¿Cómo habían llegado a la nave ¿De dónde habían salido?
Una idea cruzó su mente. Si la cabina del capitán aún estaba intacta, tal vez allí encontraría las respuestas. Finalmente, llegaron a un área cerrada. Las luces parpadeaban, iluminando lo que parecía una sala de estar abandonada. Mesas flotaban a la deriva, destrozadas, junto al equipaje y ropa suelta.
—¿Misión, Capitán? —preguntó Margo, sin aliento—. ¡Capitán!
—¡Estoy pensando!
Lidia temblaba. Sus manos apretaban el rifle. El casco comenzó a empañarse con su respiración acelerada.
—Las zonas frías…
Lázaro la ignoró. Margo revisaba sus celdas de energía.
—Tres cargas… —murmuró. Tiró las que estaban vacías.
—Las zonas frías…
—¿Qué tanto murmuras? — gritó Margo.
Lázaro se giró hacia Lidia y activó un canal privado con ella.
—¿Qué dices?
—Capitán, las zonas más frías…
—Pero dijiste que emitían calor.
Margo los observó fastidiada por no poder participar en la conversación.
—Sí, pero algunas zonas del crucero no eran tan frías como el espacio.
—¿Quieres decir que se enfrían al estar en reposo?
—Eso creo.
—¿Y por qué no reaccionaron a la nave? —preguntó.
—El aislamiento, creo.
Margo se acercó a Lidia bufando y le quitó las celdas del cinturón.
—Con una tienes.
—¡Basta, Margo!
—¿Cuál es la misión, Capitán?
Lázaro suspiró.
—Mantengan el sensor de calor activo.
El equipo caminaba en la zona de camarotes, que estaban forrados con paneles de madera pulida, agrietados. Cortinas de seda rasgadas flotaban junto a fragmentos de vajillas de porcelana y botellas de vino. Lázaro apretó la mandíbula. Los pasillos de la zona habitacional eran estrechos. Si los atrapaban allí, estarían acabados.
—Si aparecen, dispararemos.
—¿Y si eso no funciona?
—Puedes sobrecargar una celda e inmolarte.
Margo no le encontró la gracia. Gruñó y cargó su rifle.
—Vamos.
Se colocó al frente de la formación, con Lidia en medio. Avanzaron por el pasillo en fila, atentos al sensor térmico.
Lidia comenzó a temblar con fuerza. Su mente se llenó de pensamientos funestos. «¿Y si me equivoco? Los llevaré a la muerte».
—¿Ven algo? —insistió Lázaro.
—Negativo, Capitán.
Atravesaron el pasillo de camarotes, pero al doblar la esquina se encontraron con las paredes cubiertas de grafitis: «No pienses. Ellos saben que piensas».
—¿Leen la mente? —dijo Lázaro
—Yo los provoqué —murmuró Lidia, que comenzó a temblar—. El primer ataque…, fui yo.
Lázaro la sujetó por los hombros.
—Lidia, necesito que te calmes.
Pero ya era tarde. Su casco comenzó a iluminarse. El sensor térmico emitió una señal roja. El pasillo se iluminó. Las sombras del grupo se proyectaron en las paredes ocultando los grafitis.
—¡Propulsores! —gritó Lázaro.
Activaron los propulsores a máxima potencia. El pasillo se alargó ante ellos como un túnel sin fin. Los disparos acertaban en las criaturas, apagando sus luces por instantes.
—La cabina del capitán está al final de este pasillo —informó Margo. —¿Cuál es el plan? —preguntó con el dedo en el gatillo.
Lázaro no respondió. Tuvo que admitirlo: no había plan.
—Disparar hasta que se nos acaben las celdas.
Margo esbozó una sonrisa amarga.
—Fue un placer, Capitán.
—Lo mismo digo.
Lidia los observaba desde atrás. «Todo esto es mi culpa», dijo. Supo lo que debía hacer. Sacó la celda de energía y comenzó a comprimirla en sus manos. Caminó lentamente superando a Lázaro y a Margo. La celda comenzó a brillar.
—¡Lidia, qué haces! —gritó Lázaro.
—¡Huyan!
—¡Suelta eso! —gritó Lázaro extendiendo una mano hacia ella.
Pero era demasiado tarde. La celda de energía vibraba, y su brillo aumentaba con cada segundo. Margo reaccionó primero. Tiró de Lázaro y activó su propulsor arrastrándolo con ella. El resplandor creció hasta envolver a Lidia por completo. El estallido destruyó parte de la nave. Las criaturas se disolvieron con la explosión, y el resto fue arrastrado al vacío.
Margo y Lázaro lograron estabilizarse con los propulsores. Ambos flotaron un momento en el pasillo, aturdidos. Se impulsaron hasta la compuerta más cercana. Margo golpeó el panel de control; la puerta se abrió. Ambos entraron.
—¡Cierra, cierra, cierra! — dijo Lázaro
—¡No pienses, Margo! ¡No pienses en nada, en blanco, en silencio!
Lázaro tragó saliva. No podrían mantener la mente en blanco por mucho tiempo.
—Más vale que esto tenga respuestas —dijo Lázaro.
Lázaro encendió la bitácora. La voz de un hombre resonó en sus intercomunicadores.
«Si encuentran esto… dudo que lo hagan. Pero es un consuelo que no puedo dejar de pensar. Pensar… qué irónico».
Lázaro y Margo intercambiaron miradas.
Soy el capitán Walters, de los cruceros espaciales Días de Aventura. Seré breve. A petición de los ricos ignorantes rodeamos la órbita de un agujero negro. Algo nos golpeó e inmediatamente nos alejamos de ella.
Los de mantenimiento, pinches avariciosos, bajaron a la roca que nos golpeó para buscar minerales. Fue cuando la taladraron que salieron esas cosas. Sellamos todo, pero la gente comenzó a aterrarse. Fueron consumidos. Al parecer, esos seres doblan el espacio y el tiempo para crecer, y usan la materia para obtener energía. Eso teorizó el biotecnólogo antes de quedar atrapado en el laboratorio con su microscopio. Pueden volar esta cosa… Apenas queda oxígeno después de la última explosión.
—Margo, ¿dejaste activado el piloto automático del Primavera rosa?
—Sí, pero solo puede ir de adelante hacía atrás, y de izquierda a derecha. No puede maniobrar de forma compleja.
—Es suficiente. No podemos dejar de pensar por mucho tiempo, es imposible, incluso para los soldados como nosotros.
Ambos se sentaron en el suelo. Margó presionó el controlador que tenía en la muñeca. La nave despegó. Comenzó a moverse hacia atrás y a girar sobre sí misma.
—Imagina lo que quieras. ¿A qué velocidad vuela en automático?
—Puede llegar a match cinco.
El Primavera rosa venía justo del lado trasero de la nave.
—¿Qué imaginas? —dijo Lázaro.
—Una copa de vino mientras vuelo por los anillos de Linx.
—Yo imagino a mi esposa.
Margó aceleró la nave hasta llegar a match cinco. La explosión de los motores comenzó a consumir la nave. Dentro, las colonias de los organismos azules fueron consumidas por este efecto.
—Bitácora del capitán. Adiós malditas criaturas.
Lázaro y Margo se rieron mirándose el uno al otro. El crucero se desintegró en el espacio convertido en una lluvia de escombros y ceniza.