Apoya a Cuentística
Me pregunto cuántos estudiantes de literatura han oído, una y otra vez, que en la carrera no se enseña a ser escritor. La investigación, la edición o la docencia son algunos rumbos por recorrer cuando se estudia literatura, pero se tiene el prejuicio de que la escritura creativa se cuece aparte. Lo que entraña una contradicción: el lenguaje es la piedra angular de la escritura y ocurre algo parecido en la investigación, la edición y la docencia. Es obvio que lo que divide estas actividades entre sí es cómo se utiliza el lenguaje, puesto que en cada una se usa de modos distintos, a veces convergentes, a veces no. Si bien es legítimo ser un escritor y crítico literario, estas actividades no parecen confluir, sino que más bien se tratan por separado: el creador no tiene por qué ser crítico literario, ni el crítico tiene por qué escribir creación.
Arranqué esta reflexión refiriéndome a la creación y la crítica porque las dos me interesan. Si tuviera que decir a lo que me dedico diría que, ante todo, soy escritor y crítico literario. Eso indico cuando me piden algún dato biográfico para publicaciones artísticas o de investigación. No menosprecio ninguna de las dos. Además, comencé así porque agradezco que Raúl Solís, fundador y editor de Cuentística, me invitó a colaborar como columnista en su época actual. Hace poco más de un año, en enero de 2023 y en el quinto número de la revista, publiqué «Cómo escribir el mejor meme del mundo», un cuento en el que rindo un homenaje al humor de Poe, una de sus facetas menos reconocidas. En 1838, en American Museum, Poe publicó «The Scythe of Time» y «The Psyche Zenobia», dos historias cuyos títulos cambió, respectivamente, en «A Predicament» y «How to Write a Blackwood Article», las cuales volvió una sola pieza cuando salió a la luz Tales of the Grotesque and Arabesque, dos años más tarde. En ese libro se reúnen cuentos icónicos como «William Wilson», «The Fall of the House of Usher», «MS. Found in a Bottle» y «Ligeia».
El cuento al que aludo se conoce como «A Predicament», puesto que Zenobia, la heroína, narra su muerte a pesar de que sea imposible. Poe se pitorrea de la literatura gótica, máxime de las heroínas que narran todo con tanto detalle que terminan por abrumar al lector. Poe sugiere el deceso de su personaje desde el título, ya que una de las acepciones de «predicament» es aquella situación difícil o engorrosa, a diferencia del significado más positivo que la palabra tiene en español. Además, en los tiempos de Poe, la palabra article se refería a un cuento en vez del matiz académico de hoy día. En «How to Write a Blackwood Article», Poe se mofa de las historias de horror publicadas en Blackwood’s Magazine. En esta parte, el editor de la publicación instruye a Zenobia sobre cómo escribir una historia de horror, y cita a Cervantes y muchos otros escritores. De este modo la heroína se siente inspirada para narrar el predicamento que a la postre experimentará[1].
En mi cuento, Humberto Gris, un estudiante de Letras Inglesas, se encuentra en una doble encrucijada. Primero, tiene que hacer una investigación para un seminario de la carrera y quiere resolver el hilo negro, porque es joven y, como suelen ser los jóvenes, cree que lo puede todo. Así que elige la misteriosa muerte de Poe. Cabe subrayar que, hasta la fecha, nadie sabe bien a bien cómo murió el escritor. Hay conjeturas, pero nadie ha logrado probar de manera categórica en qué circunstancias falleció. Segundo, en el seminario se presenta Guillermo, un estudiante de Letras Hispánicas que asiste como oyente. Él causa un cambio en Gris. Al principio, Guillermo se burla de Gris en la clase en que este debió de exponer sus avances de investigación, pero Gris termina por no decir nada por haber elegido algo tan difícil. Más tarde, los dos estudiantes se van a tomar un café y charlan sobre literatura. La conversación da un giro inesperado para Gris porque Guillermo le sugiere que mejor escriba un cuento humorístico sobre la muerte de Poe en vez de agotar el talento que seguramente tiene en una investigación cuyo único fin es librar la materia. Y, para inspirarlo, le muestra un montón de memes como los de «Memes literarios» (cuya foto de perfil es el daguerrotipo de Poe reconfigurado como meme) y memes de su autoría. Gris queda impresionado por su talento y sigue el consejo de Guillermo. Con todo, el cuento nomás no le sale, ni mucho menos la investigación, y le frustra que Guillermo se burle de todo el mundo universitario con sus memes. Gris recuerda que le recomendó que leyera «How to Write a Blackwood Article» y, no sin desencanto, lo lee aunque no logra comprender del todo para qué le servirá la recomendación.
Coincido con la afirmación de mi amigo Gonzalo Celorio de que el escritor es el menos indicado para hablar de su obra. No pretendo elogiarme en modo alguno; en todo caso, la recepción le corresponde al lector. Él tiene la primera y última palabra. Me referí a mi cuento porque parte de lo que pienso sobre la creación y la crítica literaria está plasmado allí. No es un texto autobiográfico, porque todo es inventado, pero sí traté de que ambas líneas se tocaran[2]. El cuento de Poe es ilustrativo para mis fines por su crítica a un estilo literario. Recordemos que, en vida, Poe se ganó el pan sobre todo como crítico, y era acérrimo. Desde luego, hay excepciones, como Nathaniel Hawthorne, a quien tuvo muy en alto. No es casual que se diga que alguien debió de cobrársela cara. Importa aclarar que el cuento de Poe es un texto creativo, y aunque esto parezca una obviedad, en realidad no lo es, pues no es un texto académico como hoy se concibe.
Sería bueno saber si el prejuicio al que me referí al principio se da en otras tradiciones culturales. Por ejemplo, en el mundo anglófono se puede estudiar una carrera de escritura creativa. En cambio, en los países hispanohablantes es menos común cursar este tipo de estudios profesionales. Por supuesto que puede hacerse, pero creo que las carreras de literatura en el mundo hispano tienen un cariz primordialmente filológico antes que creativo. Si bien se puede estudiar creación y obtenerse un título universitario en España y Estados Unidos[3], e incluso en México, como la Licenciatura en Creación Literaria de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, tengo la impresión de que los estudios profesionales de literatura hoy por hoy se fundamentan por su utilidad. Quien decida ser crítico literario puede producir conocimiento y obtener, si las circunstancias son propicias, una ganancia pecuniaria por lo que investigue. Al contrario, en los países hispanohablantes, particularmente de México a Argentina, la tendencia es que el trabajo creativo no se pague, a lo mucho se publica la obra, a diferencia de lo que pasa en el mundo anglófono, donde las colaboraciones artísticas por lo general se remuneran a la par de la publicación de la obra. En contraste, en los países referidos, lo que se premia suele ser la publicación, pero no se remunera al creador[4].
La cuestión no se reduce, meramente, a la falta o la posesión de recursos económicos. Si fuera el caso, no se escribiría creación ni crítica. Y, por lo menos en lo que atañe a la tradición oral, la literatura se crea desde tiempos inmemoriales por el hecho de que la comunicación es una necesidad humana. Sin embargo, no está de más insistir que lo habitual en las revistas y otras plataformas de creación de los países mencionados, es que no se pague a los colaboradores, porque si a duras penas pueden subsistir, sería insensato exigirles que además paguen a los creadores. He ahí una de las razones de ser de los concursos literarios, una de cuyas maneras de legitimar la obra ganadora es un premio monetario, y a veces la entidad convocante se encarga de publicarla. ¿Ocurre algo parecido en la crítica literaria? En cierto modo, sí, porque también hay concursos de investigación en los que el ganador obtiene un premio monetario y también puede ser que la obra salga a la luz.
Huelga decir que el escritor y el crítico literario no se fundamentan por los premios ni el reconocimiento. Piglia es uno de los hombres de letras que más admiro, porque además de ser un escritor magnífico, creo que es un crítico de primera. No en vano es uno de los grandes lectores de Borges, a quien llama «lector miope», puesto que plantea que el modo de leer de Borges consiste en fijarse en el detalle y construir relaciones como si desentrañara un enigma. Podría mencionar algunos juicios de Piglia que me vienen a la mente, por ejemplo, lo que dice de «los modos de leer», aunque ahora quiero hacer hincapié en aquella afirmación suya de que es difícil encontrar a un crítico con una concepción propia de la literatura. El crítico, según él, es aquel que se interesa sobre todo en las formas y que está al tanto de los debates de la crítica (y yo añadiría que maneja un vocabulario y un repertorio de nociones y teorías), precisamente para utilizarlos a la hora de escribir una investigación. El crítico no hace más que señalar el contexto de una época, lo que está en boga en determinado momento, y la interpretación que haga de los autores y los textos, por valiosa que sea, no suele ir más allá. A Piglia le interesa el crítico cuyo análisis no es exclusivamente literario, sino que puede formular un concepto que puede usarse en el mundo social.
En mi opinión, Piglia tiene razón en lo que respecta a la falta de autonomía creativa (por llamarle de algún modo) del crítico. Me pregunto quién entre nosotros indicaría su concepción personal de la literatura antes de hacer referencia a la jerga académica, las hipótesis de trabajo, los estados de la cuestión, las metodologías innumerables, los marcos conceptuales y teóricos o hasta los aparatos críticos. En mi caso, yo no puedo hablar más que de mi experiencia y soy consciente de que no he expresado una concepción de lo que creo que es la literatura desde el punto de vista de un crítico, pero sí he pensado en el asunto desde el punto de vista de un escritor. Para mí, la literatura es forma y tradición. El escritor no inventa, más bien repite. Trabaja con una serie de formas y con lo que percibe en la tradición, sea la de su lengua materna u otras. La repetición no es fútil porque, como Borges afirma, la literatura es para todos y de todos, y cualquiera, desde el escritor novel hasta el reconocido, es capaz de crear algo que sea bueno, algo perdurable.
Al escribir estas líneas me encuentro en Boston, donde trabajo como Profesor de Español en la Universidad de Harvard. Resulta que, desde hace unos años, el Doctorado en Literatura Hispánica de El Colegio de México (donde me doctoré) tiene un convenio con esta Universidad para que ciertos miembros de sus promociones trabajen allí por un tiempo. Empecé a laborar en agosto de 2023. En el semestre de primavera de 2024 daré cursos de español básico e intermedio. Según comprendo, a nivel intermedio los alumnos deberían contar con el bagaje suficiente para leer e interpretar un texto literario, al contrario de lo que ocurre en otros niveles en los que, por obvias razones, se revisan textos informativos.
Me entusiasma que el primer texto que lean los alumnos sea «El eclipse», de Augusto Monterroso. Incluido en su primer libro, Obras completas (y otros cuentos) (1959), un título de bellísima ironía, este cuento no es menos mordaz. Fray Bartolomé Arrazola, el protagonista, se pierde en la selva inextricable de Guatemala. Y así se sienta a esperar la muerte, levemente consolado de que Carlos V alguna vez condescendió a decirle que confiaba en sus labores eclesiásticas. Al despertarse, el fraile está por ser sacrificado por unos mayas. Por un momento siente que el altar parece un lecho donde por fin podría descansar. Ensaya unas palabras que los mayas comprenden, ya que algo sabía de su lengua. Entonces sentencia que si lo matan hará que el cielo se oscurezca y se siente orgulloso de que su conocimiento de Aristóteles habrá de salvarlo. Monterroso intercala aquí un aparte, es decir, un espacio en blanco en la página escrita para que se llegue al punto álgido. Dos horas más tarde y aun cuando ocurrió el eclipse, el corazón del fraile chorreaba vehementemente mientras uno de los mayas recitaba las fechas en que se suscitarían los eclipses solares y lunares que los sabios de su sociedad calcularon sin recurrir para nada a Aristóteles.
Al igual que todo texto literario, «El eclipse» se presta a un sinfín de lecturas. ¿Cómo lo interpretarán unos alumnos que no son hispanohablantes nativos? A pesar de su brevedad, el cuento no es sencillo de interpretar por su incesante ironía y por las connotaciones acerca del eclipse. Por supuesto, les indicaré que no hay interpretaciones «correctas». Más bien una lectura es consistente si se sustenta por el contenido del texto, lo que hace que comprendamos su sentido. Y vuelvo aquí al papel del escritor y el crítico, e incluso habría que añadir al docente, que también es otro intérprete. En teoría, un crítico no debería escribir un texto tan rico y denso como «El eclipse», ni un escritor tiene por qué hacer una crítica académica de otros escritos. Pero eso no quiere decir que estas actividades no confluyan ni que haya ejemplos afortunados de una influencia mutua. Sería ingenuo asegurar que no hay escritores que a la vez son críticos o viceversa. A menudo suelo entretenerme en el asunto y creo que apenas lo espulgué en estas páginas.