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No es usual que pase pero me han preguntado que cuál es la línea editorial de Cuentística, o qué criterios sigo para elegir los textos que voy a publicar. ¿Es un asunto político, uno estético? ¿Es una proclividad por ciertos temas, estilos, o es que tengo preferencia por algunos colegas que han sido recurrentes en las publicaciones? Y la respuesta era un tanto confusa porque, aunque hay un poco de eso, en realidad se trata de algo más.
Para tratar de aclararlo, hace apenas unos días volví a la lectura de La marca del editor, de Roberto Calasso, compuesta por breves ensayos, prólogos y conferencias del editor italiano, libro al que recurro cuando se me estoy agotando, o cuando no sé exactamente hacia dónde voy con mi proyecto, y ahí encontré, como si el destino lo tuviera preparado para mí, un paralelismo con él. Cuenta Calasso que tras lanzar las primeras publicaciones de Adelphi, la editorial que fundó junto a otros colegas, también le hacían esta pregunta: «¿Cuál es la política editorial de la casa?», ya que sus libros no parecían tener conexión unos con otros, y pese a la necedad de la pregunta, entiende que es una muy pertinente.
Pero, ¿por qué es pertinente preguntarse esto? Para responderlo primero hace un recuento sobre la labor de publicar libros desde el siglo XVI, en la que el escritor o el impresor incluía una epístola dedicatoria al noble benefactor para agradecerle la protección y financiamiento para publicar la obra. Con el tiempo, esta epístola se transformó en solapas y contraportadas que dejaron de dedicarse al noble para dirigirse al Público, así, con mayúscula, una entidad menos noble pero casi igual de caprichosa a la que hay que adular. El propósito de este texto es convencerlo para que lea la obra que tiene entre las manos, y para hacerlo se ha abusado del elogio hasta hacerlo casi gratuito, lo que puede generarle desconfianza —el propósito opuesto— al lector perspicaz.
A propósito de esto, bien vale una reflexión: desde el principio me pareció importante establecer la diferencia entre el Público y los lectores. Cuando participé en un taller de emprendimiento cultural nos pidieron identificar al público objetivo al que queríamos llegar. Había que pensar para ellos: cómo hacer que este negocio fuera atractivo; cómo podías convencerlo para que consumiera tu contenido y no el de alguien más, qué le puedes ofrecer que los otros no, cómo le comunicas que eres diferente… Esta perspectiva te permite sobrevivir como negocio, sin duda. Pero yo no quería tener un negocio: yo quería tener lectores; siempre lo he querido. Es por eso que Cuentística como negocio no es rentable (en términos mercantilistas). No es para lo que la edito, aunque sería fantástico que lo fuera. Pero volvamos a lo importante.
Una vez establecida la diferencia entre el Público y los lectores hay que emprender las acciones pertinentes que te acerquen adonde quieres llegar. Hay revistas y editoriales que piensan en un Público y se dirigen a él mediante tópicos y temas: inclusión, diversidad, activismos… O bien, las hay también catalogadas por géneros o corrientes estéticas: ciencia ficción, terror, los distintos realismos, y un largo etcétera. El motivo principal de un proyecto que se dirige a un Público es tratar de llegar a la mayor cantidad de personas posible para retenerlos y hacerlos una audiencia habitual (creo que en términos mercadológicos se le conoce como fidelización). Y está muy bien, por supuesto. No pretendo señalar lo contrario. De hecho, esto permite que se creen comunidades de escritores y editores que colaboran con cierta regularidad, y un público o audiencia constante. Pero escribir y publicar para un Público implica pensar en él. Más específicamente: implica complacerlo. Porque, ¿qué pasaría, por ejemplo, con una revista de temas políticos y sociales de «izquierda» si de pronto publicara un relato con una postura de «derecha»? Sin importar si está bien escrito, o si el texto es de buena calidad, muy seguramente habría una revuelta por parte de la audiencia que la sigue, y que espera más del mismo contenido que consume habitualmente. Y si el proyecto no escucha las quejas de ese público, seguramente perderá una parte de él.
En contraparte, pensar en lectores es poner las necesidades del proyecto al centro y esperar a que genere la atención. Y como no se tiene un planteamiento o discurso que quepa en alguna categoría fija, el proceso de fidelización suele ser lento. Un proyecto editorial así no es un negocio rentable: los lectores, en comparación, son pocos, y casi siempre muy exigentes, por lo que más vale ser cuidadoso con lo que publicas.
Bajo estas condiciones, y teniendo en claro a quién quería dirigirme, fue que comencé a tomar decisiones ejecutivas. No siempre ha sido así claro, y aunque muchas veces he querido abandonar el barco, de algún modo u otro (con las deudas encima, el estrés y una innegable vocación de faquir) he conseguido publicar hasta ahora un número tras otro.
Cuando se enfrentó a la necia pero pertinaz pregunta de la política editorial de Adelphi, Calasso no tenía claro qué responder. ¿Publicaba por gusto, por el estatus que da ser editor; para competir con otros, o ganar dinero? Admite que un poco de todo eso, y repite: sí, pero hay algo más.
Si bien el dinero es la piedra angular sobre la que se construyen los proyectos de cualquier tamaño, no es ni puede ser el principio ni el fin de un creador. Me explico: una persona creativa no comienza a ser creativa cuando tiene el dinero suficiente para su emprendimiento, sea una editorial, una obra artística o un negocio propio. Una persona creativa no necesita el dinero para ser creativo (solo lo necesita para realizar su proyecto) porque el ingenio y el talento no obedecen ni dependen del dinero (este solo facilita las cosas para realizarlos). Del mismo modo: una vez que la persona ha emprendido, ganar dinero no es su fin último. Es decir: que una vez que el proyecto sea redituable (si lo es), esa persona no dejará de crear. El dinero no es la meta, pero sí el vehículo que permite seguir viviendo (o subsistiendo).
Pues bien, la respuesta le llegó a Calasso, según lo narra, cuando entró en una pequeña librería. La clasificación de los libros estaba hecha por materias, y los libreros tenían un rótulo con letras grandes para distinguirlas: cocina, historia, economía…, y ahí vio una que simplemente decía Adelphi. La editorial, que tenía un catálogo aparentemente inconexo, era en sí misma su propio género. Así, Calasso comprendió que el proyecto estaba unido por algo muy particular: el editor.
Desde la segunda mitad del siglo XX la figura del editor se ha desvanecido. Ahora se habla de los grandes sellos, las corporaciones que sostienen a la industria editorial. Una industria con un público muy grande, es cierto, pero no con demasiados lectores (con los parámetros que señalé). El descubrimiento de Calasso no fue menor, ya que con una serie de decisiones logró reposicionar al editor como la cabeza de su proyecto. Decisiones que, como se deduce, no son casualidad.
Para Calasso, un proyecto editorial es como una serpiente de papel en la que cada obra publicada es un segmento del animal. La cabeza, evidentemente, tiene que ser el editor: es el que debe seleccionar el material, comprenderlo, trabajarlo; con cada elección construye el cuerpo. En eso radica la importancia de su figura: en asimilar que la obra del autor o autores que publica constituyen, asimismo, su propia Obra. Por eso, lo que publica no debería ser gratuito.
En retrospectiva, y bajo esta argumentación, me doy cuenta que haber elegido el nombre de Cuentística para este proyecto no fue casualidad. Es cierto que primero nació como un taller de creación literaria, y tal vez esto forjó más rápidamente su identidad, aun a pesar de mí. Sin embargo y desde el principio vi al cuento como el eje primordial: no pensé en una corriente literaria específica, ni quise decantarme por tal o cual escuela artística. El taller se trata de escribir un cuento, el que el escritor quiera contar según sus propias inquietudes y necesidades creativas, y mi responsabilidad es orientarlo para que consiga la mejor versión de su texto. ¿Y cuál es esa? Suelo explicarlo de este modo: donde no se note el truco.
El relato de ficción es un artificio, una impostura. No puede ser de otro modo, o se trataría de otra cosa. Para crear una ficción es preciso que lo que se cuente sea creíble: debe aparentar ser una verdad. Para conseguir la veracidad de una ficción se necesita talento. Y el talento no es otra cosa más que la habilidad para realizar eficazmente una labor. Es algo que puede desarrollarse (o no) con disciplina, la práctica y el estudio de la materia.
Así que para publicar en Cuentística no hay que escribir de ciertos temas ni de un género: se trata de escribir eficazmente un cuento. Esa es la línea editorial, la que he compartido (torpemente, lo admito) cuando me lo preguntan. Y por supuesto que, como la cabeza del animal de papel que es este proyecto, también tengo que afrontar una serie constante de desafíos, comenzando por evitar la autocomplacencia, ese ejercicio onanístico de elegir solo los relatos que pudieran gustarme, por los que tengo preferencia, o todos los relatos de mis amigos. Para Calasso, la mínima exigencia que debemos hacerle a un editor es que encuentre placer en lo que publica; sí, pero debemos hacerlo con rigor. Y como en el arte, uno puede (¿o debe?) aspirar a más, trato de seguir también (hasta donde me es posible) la premisa postulada por Franz Kafka en aquella carta que le escribió a Oskar Pollak, de no publicar los cuentos que «nos hagan felices», sino aquellos que nos impacten «como un puñetazo en la cara». Los cuentos felices, como lo comprendo, son aquellos que están escritos para complacer a una audiencia, o que sirven a un dogma determinado para hacer propaganda. Los que nos impactan son los que necesitamos, aquellos que nos revelan algo imprevisto de nosotros mismos, y no tienen que ver necesariamente con la coyuntura actual.
Estos son, más o menos, los lineamientos editoriales de Cuentística. Y debo insistir en que se tratan solo del animal imaginario que es la revista, y no un tratado estético. Cada editor debe tomar las decisiones que más le convengan, y ser consecuente con eso.
Una vez declarado esto, no puedo sino imaginar a Cuentística como un animal exótico entre sus congéneres, una serpiente con plumas que se construye con cuentos de diversas vertientes, temas y aspiraciones estéticas. Es por eso que no cabe en los catálogos de ciencia ficción, no porque no tenga, sino porque no contiene solo eso. Tampoco cabe en el catálogo de publicaciones feministas, y no porque no tenga relatos escritos con esta perspectiva, sino porque no se atiene solo a esto. Podría seguir pero me detendré para fantasear: en algún momento, y en alguna pequeña librería, alguien le pondrá a un librero un rótulo con la palabra Cuentística para destacar las publicaciones como si fuera un género o una materia en sí misma.
Así sea.