Verano

Paulo Neo

I

No sé bien cómo contar esta historia.

Quisiera narrarla con toda suerte de detalles, pero apenas si tengo los rasgos más sobresalientes: hechos que me suscitaron sorpresa, primero. Estupor, después. Y que no he podido olvidar hasta hoy.

Ha pasado más de un año desde que volvimos de Mérida. Ahora me encuentro cómodamente sentado en el balcón de nuestro departamento. Faltan pocos días para Navidad y en la calle veo pasar a la gente con sus bolsas cargadas de regalos.

II

He llegado a soñar con esa imagen. La mujer arrodillada, los dedos sangrantes y negros, el rostro desencajado, la ropa harapienta y hedionda, el pelo revuelto y duro.
Hay un silbido lejano, una música leve de compases melancólicos. La iluminación es pobre: en la penumbra las tumbas se asemejan. Pero la mujer podría encontrarla aún en medio de una tormenta, aún en completa oscuridad.

Yo soñé esa imagen: la mujer le hablaba a la tumba y rascaba con furia y levantaba y esparcía terrones de tierra un poco húmeda. Todo parecía tener un sentido sagrado o profano. O lo que es peor: ambos. Ese era mi sueño. Y cuando despertaba sabía que algo se había roto dentro del sueño y aquello era algo más que una simple imagen que me rondaba por las noches. Era como una especie de influjo siniestro, un sortilegio de aquellos dioses ancestrales, violentos, oscuros.

Y pensé que acaso podría escribirlo y quizás lograr un guion para una película y entonces, con guion en mano, hablaría con Iván, que tiene mucha experiencia en eso del cine, sobre todo en cortometrajes, que son su especialidad. Con suerte, lo encontraría interesante, aterrador o algo por el estilo: cualquier cosa que llamara su atención estaría bien. Porque yo necesitaba dar el paso que lograra sacarme de la pieza prestada que ocupaba. Allí, donde dormía y tenía mis pocos libros y comía y a veces escribía como un desesperado. Alicia ya no quería venir porque decía que era un lugar decadente, húmedo y triste, y que sentía cómo el encierro se le adhería a los poros.

Yo soñaba con esa imagen, entonces, todas las noches, o casi todas las noches, porque recuerdo algunas en que no soñaba nada, o soñaba cosas sin importancia y las olvidaba rápido. Esos días me sentía un poco más animado, ahora que lo pienso. Y me iba a ver a algún amigo, o daba largas caminatas por la zona del lago o comíamos afuera con Alicia y tomábamos cerveza y nos reíamos bastante y nos creíamos felices. Pero eso siempre duraba poco, muy poco porque, indefectiblemente, volvía a soñar con esa imagen.

Yo soñaba con esa imagen, entonces, todas las noches, o casi todas las noches, porque recuerdo algunas en que no soñaba nada, o soñaba cosas sin importancia y las olvidaba rápido.

Ahora, los dedos de la mujer han conseguido abrir la tierra en dos. Y sus manos golpean el pequeño ataúd. Y su voz, ya casi un susurro, se vuelve más lastimosa, más implorante, como si rogara alguna cosa. Como si intentara convencer a alguien de algo. Y como si ese algo fuera una ligera equivocación, un pequeñísimo desajuste que la mujer intentara reparar con sus propias manos, con su llanto apenas audible, con su olor espantoso y ácido. Y mientras tanto, puedo percibir otros detalles que completan la escena: una ligera brisa que desprende algunas hojas de los árboles cercanos; un aleteo repentino; un par de nubes que se pegan a la cúpula del campanario; el chillido de unos neumáticos a lo lejos.

Cada vez que me despierto anoto todo antes de que se me pierda. Luego armo un borrador, apenas un bosquejo. A los dos días se lo llevo a Iván. Me dice que vuelva más tarde. Eso hago. Para mi sorpresa, me dice que el asunto tiene mucho potencial. Que habría que agregar unos cuantos detalles, contar la historia previa, añadir algún otro personaje, cosas por el estilo. Y claro, lo más importante de todo: necesita un buen final. Que si logro acabarlo en buena forma él se encargará del resto. Perfecto, digo, será cuestión de unos pocos días. Entonces, empezaré a trabajar en el proyecto, me contesta. Nos damos la mano y me voy más que satisfecho. Corro a contárselo a Alicia.

Cuando se lo digo, se emociona mucho. Esa noche cenamos afuera y me pide que me quede a dormir en su casa. Pasamos dos noches tranquilas, sin pesadillas. A la mañana del tercer día me levanto y le digo que es hora de volver a mi vieja pieza, a mis libros y a mi encierro voluntario.

Pasan varios días y vuelvo a soñar con la imagen de la mujer arrodillada frente a la tumba abierta. Esta vez puedo ver las arrugas al borde de los ojos, el vestido un poco raído, las piernas moreteadas. Sigue golpeando el pequeño cajón con las manos. La música es un poco más fuerte ahora. Alcanzo a leer la inscripción de la lápida: las fechas son recientes. La mujer se ríe mientras llora, una risa un tanto animal, histérica. Levanta una piedra del borde del camino y vuelve a atacar el ataúd. El sonido retumba en los pasillos del cementerio, en las paredes altas de los mausoleos cercanos. La madera cede a los golpes; termina por quebrarse. Y esta es la última imagen que tengo del sueño: la mujer lleva las manos al diminuto cadáver, tironea con fuerza. La palabra «hijo» se le escapa de los labios entre gemidos agudísimos y espasmos incontenibles. Sigue un ligero crujido y la veo llevarse una de las pequeñas extremidades a la boca. Mastica mientras ríe, mientras llora, mientras se convulsiona. La música cesa.

Días después le llevo el guion a Iván. Lo lee. Me felicita.

Algo después, Alicia me compra un traje para el estreno en una sala del centro. Hay mucha gente. Nos besamos en mitad de la proyección. Las cosas funcionan, somos jóvenes, vamos a mudarnos. Todo el mundo aplaude. 


III

No puedo decir que esté conforme con el resultado. Al menos no del todo. Es uno de los intentos; seguramente, más adelante habrá otros. 

La noche es agradable, ya casi no hay tráfico y el silencio cae sobre los edificios como una lluvia imperceptible. Después de todo, aún es verano.

Paulo Neo(Río Gallegos, Argentina)Ha colaborado en diversas revistas y medios de América y Europa. Es autor de los libros Microficciones Ilustradas (Libris, 2015) y Amor sonámbulo y otros breves (La Pereza Ediciones, 2020). Finalista de la cuarta edición del Premio Caperucita feroz (2020), y de los concursos internacionales Homenaje a H. P. Lovecraft y a Dashiel Hamett, (Ediciones Rubeo, 2023).