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Para Raymunda
Quise escribir como no he querido otra cosa en la vida. Acostumbro la esquizofrenia de vivirme en dos planos: el inmediato finito y cierto del instante y el de la narración, indefinible, sin rostro, eterno.
Margarita Godínez
Todos conocemos esos binomios inmejorables que hacen que la vida nos resulte soportable en las crisis: el pan con mantequilla, la música y el baile, una charla y un café, la soledad y la escritura… Sobre el último dúo Marguerite Duras solía decir que el escritor debe mantener una separación con los demás, para luego preguntarse qué es ese silencio que lo rodea; al mismo tiempo, Duras consideraba a la escritura como una forma de salvarse de la más lacerante soledad. En ese sentido, la soledad y la escritura configuran un espacio psíquico de autoconocimiento y creación. Recordemos que la tríada[1] sublimó, durante su adolescencia y por medio de la escritura, sus experiencias de vacío, angustia y soledad. Ahora conoceremos algunas vicisitudes que supone transitar al espacio público.
Así como un chef ofrece un platillo solo cuando está listo para degustarse, un autor debería presentar su relato cuando es inteligible. Porque una cosa es la pulsión de escribir, como lo experimentaron Nitz, Carmen y Hamid, y otra distinta es construir un relato íntegro que pueda presentarse a los lectores. El umbral para cruzar de un espacio a otro suele ser el criterio del autor para identificarse a sí mismo como un escritor apto. Pero, ¿qué pasa cuando no se plantea la posibilidad de publicar? Si tiene la suerte, alguien con facultades reconocerá su potencial, como le ocurrió a Nitz cuando su profesor de Taller de Crónica, en el Centro de Estudios para Extranjeros de la UNAM, le planteó la posibilidad de publicar un texto suyo:
Yo no sabía qué era ni para qué servía, entonces él me habló de la revista Flores de Nieve y le pidió a la encargada que publicara mi crónica sobre andar en bici. Por primera vez cedí los derechos para publicar. Además, hice la imagen que ilustró el texto. Tenía diecinueve años. Fue muy bonito.
Profesores como aquel empujan para atravesar el umbral del anonimato. Otros mentores, con una trayectoria considerable, representan para el escritor en ciernes una autoridad capaz de inyectar aliento, ese impulso vital que brinda la confianza para aceptar nuevos retos. Carmen recuerda cómo fue que su participación con la escritora Beatriz Escalante potenció su propio camino literario:
Ella convocó a una antología de cuentos con la oportunidad de presentarla y venderla. Le envié un relato y su asistente me respondió: «La escritora comenta que tiene potencial; la invita a su taller». Fui a ese primer taller; después vino otra antología, y otra. Por eso me animé a participar en más eventos. Fue entrañable que me invitara a más proyectos; incluso conversamos sobre trabajar conjuntamente.
Para ese momento Carmen ya había participado en convocatorias internacionales y tenía relatos publicados en antologías digitales, pero no fue tan significativo como colaborar con Beatriz Escalante. Esto muestra que la presencialidad es esencial para quienes están en formación, aun cuando la virtualidad nos ofrezca la posibilidad de vernos y escucharnos a distancia. Incluso cuando se trata de la revisión de textos, el editor (de carne y hueso) es insustituible (y menos con ninguna inteligencia artificial generativa), pues al ser un lector especializado devuelve una mirada crítica y empática. Tal fue el caso de Hamid cuando recibió la propuesta de un editor para reunir y pulir los textos que yacían en la privacidad de su escritorio; esa iniciativa le permitió trascender un estilo de escritura insuficiente para su evolución como narrador. El proyecto se convirtió en su primera plaquette:
En esta plaquette soy un yo vulnerable, expresé mis emociones. Trabajé mucho con mi editor. No me traicioné; eso me pasaba en la academia: me sentía limitado por cumplir con la burocracia. Todavía no doy el salto narrativo que quisiera, y eso me frustra, pero procuro disfrutarlo. Ahora busco mí tranquilidad mental, sin tanta exigencia y más creatividad.
De suerte que para participar en una comunidad literaria, además del talento, es indispensable relacionarse directamente con personas experimentadas y/o con prestigio. Puede ser un compañero, un docente, un editor, incluso un grupo. No basta con poseer títulos académicos: la formación literaria requiere de una disciplina autodidacta, entre otros factores.
Cuando leemos un cuento o novela lo hacemos bajo el entendido implícito de que se trata de una narración inventada, ficticia, que puede o no inspirarse en las experiencias del autor, en sus lecturas o en los paradigmas de su época. El literato eficaz es un profesional de la mentira, capaz de crear una diégesis tan verosímil que desdibuja la frontera entre la realidad y la ficción. En esos límites se perdieron ciertos lectores incautos que anduvieron buscando Comala, pese a que Juan Rulfo aseveró en diversas ocasiones que se trataba de un pueblo imaginario, y que Luvina fue un ensayo para detallar la ambientación en Pedro Páramo. Esto puede confirmarse en la exquisita entrevista que, en 1977, el periodista español Joaquín Soler Serrano le realizó a Rulfo en su programa A fondo. No podemos culpar a aquellos lectores; obviamente asociaron Comala y sus atmósferas desesperanzadoras con la ruralidad jalisciense donde creció Rulfo, huérfano y rodeado de la violencia causada por la Guerra Cristera. En efecto, el contexto del escritor resuena en su obra.
Echemos ahora un vistazo a la prolífica obra de Carmen. Los protagonistas de algunos de sus cuentos son principalmente niños y adolescentes en contextos de violencia: abuso sexual, negligencia, feminicidios, secuestros; enfrentan la enfermedad, el desamor, atraviesan crisis identitarias y algunos exploran su erotismo o su homosexualidad. Este leitmotiv se percibe especialmente en su plaquette Pequeñas desaparecidas (Ediciones Arboreto, 2022). ¿Cómo subyace la vida de Carmen en sus relatos? Recordemos que tuvo una infancia desapegada de sus padres y hermanos mayores; en su adolescencia se sintió, como ella misma lo expresó, «en el limbo». Así que empatiza con esa emociones e infiero que sublima aquellas experiencias creando personajes invadidos por la angustia, el miedo, la indefensión o la incomprensión. Se trata, en buena medida, de lo que Michèle Petit dijo sobre los artistas: «Conservan una proximidad con el niño o el adolescente que un día fueron, se dejan inundar por él».
El literato, en tanto ser político, adopta ideologías que pueden influir en sus relatos; incluso sus personajes podrían abrazar tal o cual postura. Lo que considero inadmisible es que con toda inverecundia funcionen como títeres del autor para encarnizar sus propias filias y para reproducir maniqueamente sus opiniones; en ese caso, los personajes se reducen a estereotipos. Rulfo (lo traigo de vuelta) decía que sus protagonistas actuaban más allá de él, que se desenvolvían por sí mismos. En sentido lógico no tienen existencia propia, son obra de la imaginación del autor. Sí, pero en términos literarios, un escritor eficaz le confiere corporalidad, ideas, emociones y lenguaje propio a sus personajes para que actúen en función de sus características.
Hablo aquí como una lectora que prefiere personajes dotados de su justa dimensión humana, con sus filias, fobias y contradicciones; porque la ficción soporta lo que es inadmisible en la realidad, incluso desafía la lógica. Esto difícilmente se consiente en los activismos, las filosofías o las posturas políticas. Si lo refiero es porque algunas personas consideran que la literatura sirve para denunciar; empero, la denuncia es factual: implica nombrar a individuos o grupos existentes para exponer la realidad material. Por otro lado, aunque enfatice una obviedad, la literatura no pertenece al terreno de los hechos observables y verificables, sino al universo ficcional.
Para denunciar, considero, se puede recurrir, entre otros, a textos académicos que se proponen explicar un fragmento bien delimitado de la realidad; también puede optarse por un oficio al que respeto profundamente: el periodismo. Sobre este se ha discutido ampliamente la objetividad del periodista; no creo que exista tal cosa, pero sí un compromiso ético con la investigación rigurosa. Pero ese es otro tema. En suma, cualquiera de estos espacios permite asentar fuentes, testimonios y exponer conclusiones argumentadas. No obstante, la literatura es una recreación de la realidad. Con lo anterior no insinúo hacer una diferenciación tajante del autor como intelectual y como narrador, sino que se valga de la diversidad textual apropiada.
Para ilustrar mi predilección citaré un cuento que entreteje sagazmente la sangre menstrual, el culto a la Virgen de Guadalupe y los divergentes feminismos: Crónica de la Virgen de las Sangrantes. El relato refleja el bagaje teórico de Nitz, su autora, pero de ningún modo lo convierte en manifiesto; de hecho construye situaciones paradójicas. No pretende simular una perfecta armonía en la que las congregadas se aman unas a otras. Ni en la realidad ni en la ficción es conveniente idealizar la sororidad; por supuesto que es un principio fundamental de las mujeres feministas, pero eso no significa que estemos exentas de discordancias, que son perfectamente válidas y una manifestación de nuestra singularidad. Pueden leer este cuento en la plaquette Biografías Imaginadas (Cuentística, 2023).
En otra instancia, Nitz escribió Leer a Platón (La Coyol). Desde el principio nos advierte que se trata de un ensayo epistolar. Un ejercicio peculiar. El texto se dirige a una mujer ficticia a quien le plantea dilemas como el separatismo, cuestiona la procreación obligatoria, cita a otras escritoras y expone abiertamente su rabia por los innumerables feminicidios en México. En conclusión: la misma autora consigue ficciones auténticas y verosímiles, por decir lo menos; y por otro lado, manifiesta su postura (que luego vuelve a cuestionar) en un texto apropiado para eso.
Bien sabemos que la historia de la humanidad está marcada por el violento e incesante silenciamiento a las mujeres que escriben. Nuestras predecesoras tuvieron que abrirse camino entre los círculos literarios de sus respectivas épocas. Por eso surgió la necesidad de crear espacios editoriales que promuevan y publiquen la obra de escritoras. Las mujeres que lideran estos espacios suelen organizarse en colectivas feministas. En ese contexto, ¿los textos publicados en dichos espacios son, inherentemente, literatura feminista? ¿Hay consenso alguno respecto a esta denominación? Carmen considera lo siguiente: «No me gusta el término literatura feminista porque la escritora es la feminista y su obra lleva esa carga. Pero es ella la que hace activismo o proselitismo». Cabe precisar que hablar de feminismo como movimiento único sería un error epistémico, pues las mujeres enfrentamos distintas realidades y las conceptualizamos desde nuestros cuerpos, genealogías, geografías y lenguas.
Una definición más o menos consensuada es la que aportan las feministas bolivianas Adriana Guzmán y Julieta Paredes[2]: «El feminismo es la lucha de cualquier mujer, en cualquier parte del mundo, en cualquier parte de la historia, que lucha, se rebela y propone ante el patriarcado que la oprime o pretende oprimirla». Esta proposición, aunque genérica, sostiene la noción de los feminismos, en plural. Independientemente de las divergencias podemos convenir que es una forma de pensamiento crítico que nos motiva a construir herramientas teóricas y metodológicas para interpelar las representaciones que se hacen de nosotras. Por ejemplo, Carmen refiere el trabajo de ciertas profesoras suyas que realizaron una especie de mapeo narrativo en el que hallaron tendencias diferenciadas según quien escribía: «Un texto escrito por una mujer suele acontecer en un espacio doméstico. Entre tanto, bastante literatura escrita por hombres ocurre en espacios abiertos. Eso habla de la libertad con la que se desplazan unos y lo limitado en que se mueven otras». Desde esa perspectiva la anécdota no es un elemento baladí: es una parte constitutiva de los paradigmas y concepciones del narrador, por lo que reflexionar en ellos sería un buen ejercicio de autocrítica. Aunque no sea así en todos los casos, Nitz considera, tras participar en diversos círculos literarios:
Observé que muchos compañeros varones escribían y publicaban, sin reflexionar en su papel como escritores. En cambio, una cuestiona el canon literario, donde también se cuece el machismo y una visión sesgada, patriarcal y simplista de las mujeres. Una escribe y piensa críticamente la literatura.
Valga decir que el machismo no es meramente un rasgo individual, sino un conjunto de creencias, actitudes y conductas que internalizamos hombres y mujeres, que se expresa en todas las actividades y creaciones humanas. La escritora, historiadora y psicoterapeuta Marina Castañeda explica que se basa en dos ideas: la polarización de los sexos y la supuesta superioridad del hombre, o lo considerado masculino. Por lo tanto es una forma de relacionarse que afecta también a los varones; por ejemplo, cuando censuran a los niños por expresar sus emociones y les impiden realizar actividades consideradas solo para niñas, y por lo tanto, de menor valía. Al respecto, Hamid siente que todavía pesan sobre sus congéneres los prejuicios de mostrarse vulnerables, justo lo que él manifiesta en su plaquette.
Mi morbosa curiosidad por conocer las vidas ajenas me llevó a preguntarme cómo es que alguien se convierte en escritor. Nunca di por hecho que leer y escribir fueran aprendizajes naturales, porque crecí con Raymunda, mi amada abuela, quien cargó el peso del analfabetismo durante toda su vida. Entendí, hasta mi educación universitaria, que el contexto de una persona condiciona su apropiación de la lengua escrita, que leer y escribir no son meras habilidades individuales, sino que suceden en un cuerpo que está inmerso en una realidad material. De ahí que no abordara la literatura en sí misma, sino al sujeto que la crea.
Gregorio Hernández Zamora, doctor en Lengua y Cultura Escrita, define al sujeto letrado como: «alguien que se apropia del lenguaje de otros para expresar sus propias intenciones y convertirse en autor y actor de su lugar en el mundo». Esto implica que tenga garantizados sus derechos básicos, para que pueda involucrarse intelectualmente con proyectos que vayan más allá de la supervivencia diaria. En ese espectro de condicionantes discurre el correlato detrás de la ficción: la vida misma del escritor, de la escritora.
Con esto concluyo mi sección. Agradezco a Raúl por impulsarme en cada entrega, a Faviana por su invaluable sostén y la tríada por compartirme sus historias. A los lectores, espero que Literacidad les permitiera revalorar sus propios procesos en esta historia de nunca acabar: escribir.